31 de julio de 2006

Humedad relativa

La inactividad es algo obligado. El calor húmedo cala en el ánimo y lo único que se puede hacer es NADA. Aún así, sudo como un pollo. ¿Otros animales sudarán menos? ¿Se caracterizan estas aves por vivir en climas harto calurosos y poseer un gran poder de transpiración? Quedan estas preguntas en el aire, flotando, pesadas por la humedad, mientras me voy a buscar un remedio parcial.

Las paradojas


Una paradoja se produce cuando se encuentran dos afirmaciones que se destruyen mutuamente. Es algo que es, pero no puede ser. Por esta definición, debería reducirse al mínimo en aras del progreso, la felicidad u otro fin encomiable. Sin embargo, éste es un fenómeno que caracteriza al ser humano y sus relaciones con los demás, con el entorno e incluso consigo mismo. Los contrasentidos rigen una buena parte de los impulsos de la humanidad, quizá sea por eso que la incomprensión colectiva esté presente por todas partes.

Observo que, últimamente, una de las mayores contradicciones presentes es que las personas que viajan en esa nueva palabra que hemos aprendido, cayuco, se mueren de hipotermia, cuando, en realidad, se dirigen hacia un país que se encuentra en alerta por el calor. Fallecen por un frío terrorífico, pero creo que también les influye el pavor del desamparo. Al mismo tiempo, es raro, porque han tenido el inmenso coraje de embarcarse en esas barcazas, sin fecha de llegada ni garantía alguna de éxito. Unos valientes muertos de miedo.

Todas las noticias que la inmigración produce, destilan un cierto halo de homogeneidad. Son tan parecidas entre ellas que acaban por convertirse en ruido lejano. Como los atentados en Irak o las escaramuzas en Oriente Medio. Ese murmullo uniforme contrasta con la diversidad de casos, de caras, de personas, de condiciones vitales que conforman el contenido de esas noticias clónicas. Precisamente, en Oriente Medio choca la proximidad geográfica de los países en conflicto, limítrofes unos con otros, y su eterna e insalvable lejanía política.

Pese al frío de la noche en el mar, los inmigrantes siguen llegando y algunos continúan muriendo en su búsqueda del calor. No buscan el del termómetro, sino el humano. Mientras tanto, en tierras tan lejanas, que a muchos ni siquiera les importa no saber situarlas en el mapa, los enfrentamientos armados continúan entre vecinos, a veces conocidos, y todos seguimos ignorando y olvidando unas noticias que, paradójicamente, nos afectan y horripilan a todos.

La ficción


Hace tiempo que Marbella sufre un ataque de irrealidad. Para aquellos residentes en otras localidades, esa ciudad destila una curiosa variante de anarquía: nadie manda pero, al mismo tiempo, se rige por una suerte de leyes propias que se transmiten en forma de billete. Nada de traspaso oral o escribanos eruditos. Prima el trapicheo, el mangoneo, las tapaderas y todas las variantes posibles de estos sofisticados métodos. Welcome to the jungle. We got everything you want. Honey, we know the names.

Se equivocó Calderón. Marbella es sueño. Y produce monstruos, sobretodo en forma de alcaldes. Obviando al que descansa (suponemos que en paz) dos metros bajo tierra, su sucesor, Julián Muñoz, es digno de esta aberración onírica. De todas formas, no creo que esté ahora en prisión, con sus iguales, por malversación (¿Será un antónimo de conversación?). Lo habrán detenido por callo malayo, digo yo. Todo en él es un esperpento, no puede ser real. Esa camisa abierta con el collarcico dorado en el pecho, esos pantalones por las axilas, ese bigote atroz, esos modales ausentes y, sobretodo, ser pareja de Chewbacca.

Ya saben de quién hablo. Si aún no lo pillan, comparen la similitud de los alaridos y la cantidad ingente de pelo del personaje de ficción y el real. ¿O son los dos de ficción? (Para los legos en Star Wars, sustituid Chewbacca por el Yeti y tendréis una comparación análoga). Tal cantidad de pelo debería utilizarse de forma altruista, donándolo a asociaciones de calvos o empresas de pelucas. Con una sola patilla del calibre pantojil, 100 millones de melones lisos, como mínimo, reverdecerían para desánimo y recesión de Propecia y Minoxidil. Una revolución estética digna de originarse en Marbella, cuna de lo irreal.

Quizá habría que analizar los caprichos de esta urbe desde otra visión. Fraccionarlo todo, coger parte por parte y darle la vuelta, analizarlo desde otro ángulo, como hacían los cubistas. Con razón el aeropuerto toma el nombre del máximo precursor de esa extraña y fascinante manera de plasmar la realidad, Pablo Ruiz Picasso. Porqué… ¿acaso no es extraña y fascinante esta ciudad ficticia?

Ofender y provocar


Con motivo de la visita de Ratzinger-Z a Valencia para asistir al Encuentro de Familias (considerarán a los demás comunas hippies o grupúsculos de invertidos), pudimos oír al ínclito secretario general del PP, Ángel Acebes, aullar en los medios diciendo que Zapatero tenía la intención de ofender y provocar a los católicos ya que no había asistido a la misa del bávaro en cuestión. Viene siendo habitual que el partido azul tilde de pancartista, ateo, invertido o amigo de ETA a todo aquel que no promulgue con sus mandamientos maniqueos, pero hasta la libertad de religión y de culto hemos llegado.

Sin personalizar en Zapatero, está claro que un presidente de Gobierno representa la totalidad del Estado que, curiosamente, es aconfesional. Entonces, ¿debemos enfadarnos porque no se confiesa? ¿O porque no se levanta y se sienta mientras murmura incongruencias como hacen los acólitos de las iglesias? (Por cierto, ¿alguien entiende esa ceremonia?). Vistas así las cosas, debo poner el grito en el cielo con carácter retroactivo porque durante la presidencia de Aznar asistí a numerosos rituales vudú y no se dignó a comparecer. ¿Por qué no desgarró el gaznate de una gallina con los dientes? ¿Por qué no se bebió su sangre mientras se colocaba sus vísceras a modo de pulseras, collar y cinturón? Ni un solo espíritu fue nombrado ministro. Ofendió y provocó a los que estábamos en trance.

Sigo con el carácter regresivo y debo cargar ahora contra Felipe González. Coincide que durante su mandato, me convertí al Islamismo. Recuerdo que en esta, mi etapa musulmana, González jamás rezó de cara a La Meca. ¿Acaso habló de Mahoma? ¿Y de la montaña? ¿Fornicó con su mujer o comió en el Ramadán? ¿Qué hay que decir de su barba? La ausencia más barbilampiñesca. Ofendió y provocó a toda la comunidad musulmana.

Antes de que el Islam me acogiera cual Mohammed Alí, estuve en los brazos de Buda. Lo sé, mi periplo religioso es harto extenso. Pues bien, nunca vi a Calvo-Sotelo calzarse unas sandalias y ataviarse con una túnica naranja para salir al hemiciclo con el melón afeitado después de someterse a 18 horas diarias de rezo tranquilizador y pacificante. ¿Por qué no ardía el incienso por las calles? ¿Se sentaría en su despacho en la posición de loto? Lo peor de todo, es que los monjes de Shaolin no vinieron de gira en esa época. Ofendió y provocó a todos los budistas.

Pues no, no, no y no. Zapatero no ofende ni provoca a los católicos, por la misma razón que no lo hicieron Aznar, González, Calvo-Sotelo o quien sea. Basta observar como los budistas no se quejaron, siguieron meditabundos, los musulmanes miraron a La Meca y los practicantes de vudú, procuraron mantener su nirvana negro. A la religión se accede a través de la voluntad, no de la coacción. Si seguimos lo que predica Acebes, el jefe del Ejecutivo tendrá que raparse la cabeza y vestir de naranja, adornarse con un intestino como collar, dejarse barba y condenar el condón y el matrimonio homosexual. Eso si que sería una ofensa y una provocación.

La revelación


Ser profesional no está de moda. Todo aquel que pueda dejar algo a medias, cargar con el muerto a alguien o escaquearse, lo hará. Uno que parece que sí lleva su trabajo hasta el límite, que exprime su tarea es el juez Fernando Grande-Marlaska. Quizá me equivoque y esté teledirigido como otros tantos, pero, a primera vista, es la antítesis del laissez faire español. Pasa de treguas, diálogos, precios políticos y otras palabras huecas. Si hay indicios de delito, interviene. Para eso es juez. Si fuera charcutero, cortaría el jamón finito, como toca.

Big-Marlaska, o Fernando el Grande, en su afán por el profesionalismo extremo, podría decretar prisión sin fianza para el Papa, aprovechando que estará de visita por Valencia la semana que viene. Tantos siglos de mentiras, asesinatos en nombre del Señor y opresión, sin ni siquiera pedir perdón, merecen un culpable. Quién, sino el responsable máximo, Ratzinger-Z, el padre espiritual de todos los fieles. Además, dicen que si uno lo va a ver, le perdona todos los pecados. ¡Todos! Su visita es una macrobula papal de incógnito, un festival de indulgencia, una vorágine desatada de perdón. ¡¡¡Como tienen que estar los creyentes de Valencia y el resto de practicantes de España y otros lugares que vayan a verlo!!! Pecando sin parar, envidiando airadamente, haciendo acopio innecesario de dinero con una mirada insolente, comiendo sin hambre y fornicando con desgana, por citar los capitales.

Todos pecamos. De hecho, conozco a más de uno que lo de la fumata blanca lo lleva también a cabo, pero no de la misma forma que en el Vaticano. Por cierto, ¿y si el botafumeiro de Santiago no quema incienso en su interior? ¿A qué responde la cara de los feligreses? La mirada perdida, una intenso sentimiento de satisfacción… Eso no es producto de la mística, el rezo o de la revelación divina, sino del colocón general fruto de la inhalación al por mayor. Cuando se dan la mano, nada de piedad ante Dios, se intercambian papelinas, bolsas de hierba y demás enseres. Y esas frases que murmullan no son más que el precio. Un taleguito, amén. Las catedrales e iglesias son el centro mundial del trapicheo. ¿No me dirán que lo de comerse la hostia no parece la cola de la Metadona? ¿Será que el cuerpo de Cristo tenía propiedades opiáceas, como un generador endógeno de endorfinas?

Ahora empiezo a entender las cosas, viene a mí la verdadera revelación. Lo del Código Da Vinci y María Magdalena se queda pequeño al lado de este descubrimiento: ¡¡¡la Virgen María se refiere a una planta!!! Te chinchas, Dan Brown. Así las cosas, se entienden mucho mejor las leyendas sobre apariciones, la divinidad de Jesús y sus milagros, lo de la paloma fecundante -¿alguien se lo había tragado?- y el sexo de los ángeles. Todo, producto de la turbación psicotrópica. El Cristianismo queda, una vez más, al descubierto, con la sotana en los tobillos y el monaguillo de rodillas, con la doble moral que predican contradiciendo la realidad y el Papa, fingiendo ser ajeno a todo -¿no han visto sus ojeras que le delatan?-, reparte perdón a unos que, paradójicamente, ya están condenados. Por eso el juez Marlaska no interviene la Iglesia Católica. Pensará que ya es suficiente con la pena que soportan: el catolicismo es la impureza del espíritu.

La soledad y el silencio


Dicen que en Picadilly Circus, en Londres, nadie está más de treinta y siete minutos sin encontrarse a alguien conocido. Estuve en esta plaza hace poco y huí al cuarto de hora al grito de “Mind the gap”, temeroso de que sucediera el encuentro. Y es que encima lo anuncian como algo positivo. Sólo me faltaría disfrutar de mis vacaciones y encontrarme con el familiar, conocido o compañero de la oficina de turno. Por suerte, había dejado el móvil en España, así que la incomunicación fue prácticamente total. Todo un lujo hoy en día, en que estar localizable y localizado se convierte en un requisito impuesto por la inercia social.

Hay que fichar al salir y entrar de casa, no se puede desconectar el teléfono móvil, se debe revisar el correo electrónico cada treinta segundos y no podemos olvidar dibujar un mapa con todos los trayectos previstos para el día. Se pierden así dos bienes preciados que, en su justa medida, son necesarios para mejorar la salud mental de cada uno: la soledad y el silencio. Estos dos términos (que así, juntitos, podrían ser un título de un libro de Juan José Millás) arrastran un estigma, a mi parecer, totalmente incomprensible. Basta hacer la prueba. Desconecten su móvil y notarán el creciente enfado de sus allegados. “¿Pero no has visto las siete perdidas que te he hecho? Manda un mensaje y avisa, hombre.”

Que te avise tu puta madre, pienso yo. ¿Se acuerdan cuando no había móviles y no pasaba nada? La comunicación telefónica se establecía si los dos interlocutores se encontraban en sus casas, y si no estaban, pues anda, eso, que no estaban. Si eso, llamo luego. Y todos tranquilísimos. Claro que también puede optar por no encender su teléfono, ya me dirán cuanto aguantan. Se ha perdido el placer de estar sólo, de no hablar, la introspección. Luego vendrán los filósofos y hablarán del hombre como ser social, o el animal político que es. Palabras huecas. El ser humano se rige por individualidades, ansía su propio éxito, pero se encuentra en un medio masificado y, para sobrevivir en él, lo disimula adaptando pinceladas de un comportamiento gregario.

A partir de hoy, no hablen, no llamen, no se encuentren con nadie, no comuniquen a dónde van ni qué van a hacer. Eso sí, sólo si ese es su deseo. En el lado opuesto, quizá Maragall y Rajoy deberían visitar Picadilly Circus y encontrarse con alguien. Ellos están solos, se lo han buscado, aún sin desearlo. Paradójicamente, los dos se encuentran aislados a causa de, precisamente, su compañía. Por una parte, aliados de gobierno que desgastan y marginan; por otra, compañeros de partido que sitian a los moderados. De todas maneras, la soledad no buscada es algo que no deseo a nadie. Exceptuando la parlamentaria, claro.

La incredulidad


Cuando entramos en una sala de cine se produce en nuestro cerebro lo que se ha denominado como “suspensión de la incredulidad”. Durante los minutos que permanezcamos a oscuras delante de la pantalla nos creeremos todos y cada uno de los fotogramas que arroja el proyector. ¿Cómo sino se podría afrontar una película como Star Wars? O incluso “Mar adentro”. Sabemos que no existen las naves ni Darth Vader (¿o sí?) y que Javier Bardem no es José Luis Sampedro, pero lo aceptamos.

Para no agriarme la sangre, normalmente me obligo a agudizar esa suspensión hasta un nivel de inocencia infantil. Me lo creo todo. Así consigo un cierto nivel de felicidad con la ausencia de perspicacia. Sin embargo, hay momentos en que es inevitable preguntar, investigar, decir no-me-lo-tra-go. Así, marcando las sílabas, demostrando firmeza. Resulta entonces, que no puedo mantener un nivel intermedio, aceptar según que cosas, y desechar otras. Pues no, la negación se apodera de mí y proclamo: todo es mentira.

Con esta actitud vigilante, dudo de todo. Y es que no puedo contrastar la certeza de lo que ocurre. ¿Cómo, sino, puedo saber si Zapatero, Rajoy, Puigcercós y el resto de parlamentarios han hablado durante dos días en el Congreso? ¿Puedo pensar que en realidad el debate sobre el Estado de la Nación es un montaje y lo que han estado haciendo es una orgía desenfrenada con Labordeta y Acebes liderando el festival Gomorril? ¿Tendrán pelos en la espalda? ¿Quién será el sujeto paciente? Además, el desenfreno de estos crápulas habría contado con la connivencia de periodistas y otros asistentes al Congreso. Unos, editando material de archivo y emitiendo el refrito asegurando que es en directo. Los otros, callando y, quizá, participando del vicio general. Toda una conspiración que nos mantiene en el engaño y que se nutre de nuestra pasividad mental. Rajoy y De la Vega copulando como conejos –o como invertidos, asegurarían desde el banco popular- y nosotros, sin enterarnos. Sería preferible que mi versión fuera la cierta y corrieran los fluidos corporales, así nos ahorraríamos ese regusto agrio que impregna el hemiciclo. Verían qué coaliciones.

Tampoco puedo asegurar que el Consejo de Seguridad de la ONU exista. ¿Los miembros permanentes son lo que yo me imagino? Me permito ponerlo en tela de juicio porque, si de verdad fuese un organismo real, serviría de algo, y no sólo para rellenar la sección de internacional en los medios. Fíjense que, hoy en día, todos los niños de Irán tienen juguetes de uranio enriquecido y móviles con baterías atómicas. Naciones Unidas lleva tanto tiempo indecisa –que si atacamos, que no, que no toquéis el uranio, que de enriquecer nada- que en Irán viven tranquilos y ya comercializan el Uranionova, las encimeras funcionan con energía nuclear y los habitantes se pueden rascar la espalda fácilmente gracias a su tercer brazo.

Sigo acentuando mi incredulidad con la reforma del Estatuto catalán. Me asombra que nadie haya descubierto que el tripartito formado por Maragall, Bargalló (antes Carod) y Saura son en realidad el Tricicle con un trabajo de maquillaje excelente. ¿Cómo sino se explica la comicidad de sus actos? Deben de tener programado un gag cada cierto tiempo, será eso.

De todas maneras, es imposible vivir en permanente alerta y receloso del mundo. Aceptaré que hubo debate en el Congreso, que los organismos internacionales funcionan y que nadie suplanta la personalidad de los políticos catalanes. Entonces, por la misma regla de tres, también entenderé que el PP es un partido moderado, que las drogas blandas son legales, que el precio de la vivienda es tolerable o que no hay censura en los medios de comunicación. ¿O era al revés?

La repetición


Hoy en día se fomenta el éxito instántaneo en cualquier ámbito. Triunfar a toda costa y en un lapso de tiempo cuanto más breve, mejor. La fórmula, hueca en todas sus variantes, cala hondo en la población. De esta manera, ya no existe el afán de superación ni la recompensa obtenida a través del esfuerzo. Ahora prima un nuevo lema: “Poco trabajo, pingüe beneficio”. Quizá tenga una base filosófica profunda, porque, al fin y al cabo, constituye una cierta forma de nihilismo.

Entonces, Émulo de Nietzsche, se presenta El Koala. Aunque sería más adecuado decir “le presentan”. Hay que diferenciar entre alguien que cosecha su éxito y alguien cuyos protectores le abren todas las puertas. Y también hay que saber distinguir entre un tramo y un recorrido, entre ganar un partido o ganar una Liga, en este caso, entre la canción del verano y una carrera musical. Estos fragmentos de éxito instántaneo –léase El Koala, por actual, pero también Las Ketchup, Operación Triunfo o similares- desembarcan un día en todos los medios de difusión y empiezan a reproducir el mecanismo que les llevará al éxito: la repetición.

Por la misma regla de tres, los programas que más interesan a la audiencia son los de telerrealidad y sus múltiples sucursales en forma de un pseudodebate, mezcla de vulgaridad y decibelios. Otro axioma erróneo. Es su prolífica reproducción lo que conduce a la gente a verlos. Si los responsables de la parrilla optaran por emitir únicamente las producciones de Sánchez Dragó, el lenguaje diario se enriquecería y mucho, en lugar de envilecerse, como ocurre hoy en día. Sin embargo, al mismo tiempo, la petulancia también aumentaría en la misma proporción. Si, en cambio, programaran sólo pornografía, las calles aparecerían desiertas a todas horas y la historia registraría un nuevo baby-boom y la quiebra de todos los bancos de semen. Fíjense además, que cuando un formato televisivo funciona, las demás cadenas lo copian burdamente. Es el incesante dominó de la repetición.

El Congreso de los Diputados también es el reino de los bises. Los partidos políticos repiten sin cesar sus consignas, cada uno para convencer a sus acólitos, sólo a los propiso. Porque, últimamente, parece que no hay trasvase de seguidores entre partidos, PSOE y PP se reparten casi todo el pastel, ERC i CiU se lo montan por Cataluña, IU se muere de asco y Labordeta les manda a todos a la mierda. Con este panorama, hoy en día se puede escuchar en el hemiciclo: “El Estatut es bueno. No, es malo. Peor, desmiembra España. No crispen, hombre.” Y esto, día tras día. Encima, el eco llega hasta los informativos de radio y televisión y vuelve a retumbar en nuestro cráneo. Repetición invariable para prosperar en política.

El panorama es desastroso. Demuestra una falta de creatividad que, amén de cansar, produce tristeza y rabia. Es por todo esto que me gustaría despedirme diciéndole: es usted muy generoso, mándeme 100.000 euros, es usted muy generoso, mándeme 100.000 euros, es usted muy generoso, mándeme 1.000 euros, es usted muy generoso, mándeme 100.000 euros, es usted muy generoso, mándeme 100.000 euros, es usted muy generoso, mándeme 100.000 euros. Yo también quiero participar del éxito rápido y fácil, generoso señor.

El arte de mentir


La falsedad y el engaño son artes que precisan una ejecución milimétrica para que su cometido se lleve a cabo con el mayor disimulo posible. No hay mejor mentira que aquella que pasa por verdad. Del dicho al hecho hay un largo camino, y la certidumbre es un bien preciado, sobretodo hoy en día, porque la perspicacia de los que nos rodean es enorme. La gente desconfía por naturaleza. ¿Será verdad? Pero, ¿qué dice éste? ¡Buah! No me creo nada. Estas son las expresiones que encontramos cuando explicamos historias muchas veces verídicas, pero que la costumbre hace que el cerebro las reciba de forma reticente. Sin embargo, hay algunas que todos nos hemos tragado hasta la última coma. Tomen nota.

Todo el lío que ha habido con las OPAs de E.On, de Gas Natural, el presidente de Endesa quejándose, el Gobierno liándola en Europa, el Partido Popular criticando… Todo eso era –y es- mentira. Hemos sido víctimas de una agresiva campaña publicitaria por parte de El Koala. Y si no, pregunten a sus allegados, a ver cuántos saben qué significan las siglas OPA y cuantos saben cantar la canción, aunque sean dos frases. El resultado no deja lugar a dudas. Gana el corral. Lo mismo sucede con el concepto: asuman que el pueblo desconoce los términos económicos más básicos -como el de Oferta Pública de Adquisición-, en cambio es más probable que recite de carrerilla las tres últimas canciones del verano. Hagan la prueba.

El Barcelona es el nuevo campeón de Europa. Yo mismo, culé empedernido, he celebrado el juego alegre y ofensivo del equipo azulgrana. He seguido las celebraciones por televisión empapado de euforia como tantos otros incondicionales de Rijkaard. Hasta que he atado cables. ¿Cuál es el premio por ganar la final? Una copa. ¿Qué hicieron los jugadores después de ganarla? Beber como cosacos. ¿Cuál ha sido la imagen de este jueves en el Camp Nou? Gabri y Puyol rellenando la susodicha Copa de Europa con una botella de cava, suponemos que catalán. Tantos indicios sólo conducen a la conclusión de que Joan Laporta es el nuevo adalid del botellón y que el Camp Nou se convertirá, en breve, en un Pimplódromo descomunal. Lo siguiente viene rodado: la Liga de las Botellas, Joan Lapota, la Federación Española del Alcohol, etcétera.

Después de estas revelaciones, no me tomaría tan en serio según que acontecimientos teóricamente “normales”. Salgan a la calle, investiguen y formen su opinión contrastando fuentes. Ahora bien, hay ciertas cosas que no tienen vuelta de hoja, son siempre verdad. Y si aún así se muestran escépticos, observen el drama de los inmigrantes, la actitud del Partido Popular en el Congreso, la discriminación de la mujer en múltiples ámbitos o el precio de la vivienda. ¿No preferirían que fuesen falsos?

El fin del bostezo


La rutina rompe parejas, quema a la gente en el trabajo y produce uno delos mayores males de la historia: el aburrimiento. ¿Ustedes no bostezan cuandosucede una y otra vez lo mismo? Zapatero, Rajoy, Carod, Bush, Beckham y Ronaldinho, el Estatut, ETA, Otegi, Evo Morales, y un largo etcétera aparecen a diario,a todas horas, repitiendo sus discuros aprendidos de carrerilla. Los hechosnoticiosos que generan todos ellos son el paradigma del tedio, ora sí y oratambién, calcados al anterior. Parece que la actualidad se mueve por automatismos.A modo de Ave Fénix, sufrimos una repetición constante, vivimos en un bucley nadie se da cuenta. Somos como Bill Murray en “Atrapado en el tiempo”,y encima no está Andie McDowell. Hoy es el Día de la Marmota. Y mañana también.

Es hora de despertar. Y no hay otra manera de hacerlo que por las malas.Cojamos la pastilla roja. Así las cosas, preveo que el clamor mundial -que,por cierto, inauguro desde ya- provocará una serie de nombramientos adecuadospara romper la monotonía. Dejaremos el gris y apostaremos por el multicolor,rollo años 70 o bandera gay. Veamos los pasos que hay que dar.

El cargo de nuevo secretario general de la ONU, por aclamación popular, recaeráen el doctor House. En España, de Obras Públicas se ocuparán los Lemmings,un éxito asegurado. Y Nil, el mítico hippy de The Young Ones, se encargaráde Defensa e Interior, un superministerio digno de su figura. Así, mientrasNil impone una paz psicotrópica, naturista y melenil, House normalizará lasrelaciones entre los líderes internacionales a base de exabruptos cortantesy comentarios de esos de pensar “Ala, lo que me ha dicho”. Como siempre llevarála razón, la diplomacia adquirirá un nuevo matiz de sinceridad. Kofi, tequedan dos telediarios, House pacificaría Oriente Medio en dos minutos ymedio. Al mismo tiempo, los hombrecillos Lemmings construirán un imperiode infraestructuras que ríete del romano. A no ser que nos invadan los Wormsy bombardeen nuestra fantástica potencia a base de bananas y vacas explosivas.Una debacle paradójica: pagaría por verla.

Sigamos. A Economía, Belén Esteban. No hay color. ¿Quién, sino, es capazde amontonar masas de dinero sin saber hacer la o con un canuto? Hablandode canutos, Frank Rijkaard dirigirá el departamento de la Marihuana.. Nadiecomo él en el dominio del ojirojo y la flojez risible. Con el holandés seacabará la etapa de la crispación y llegará la relajación política. Otrosdepartamentos destacados serán el de Administraciones Públicas, dirigidopor Juan Cuesta y las Fuerzas de Seguridad, que estarán integradas por losOsos Amorosos y lideradas por el Jefe del Estado Mayor, el oso Yogui. Tantocambio merece un nuevo himno nacional, entra en escena Chimo Bayo. ¿Y depresidente del Gobierno? Me la juego una vez más: Chiquito de la Calzada.Imagínense el protocolo español, todos con camisas estampadas, pantalonesnegros y encorvados. ¿Te da cuen, excelentísimo señor cobarde?

Un decreto ley regulará las emisiones televisivas que se reducirán a un solocanal. Coparán la parrilla de programación Vaya Semanita, Redes y Juan Tamariz,como único presentador de los informativos. Se abolirá el fútbol, la Fórmula1 -calvo de Tele5 y Alonso incluidos ¡por fin!- e Internet sólo mostrarápáginas eróticas y pornográficas. Bueno, esto entonces, seguirá igual.

Vistas así las cosas, la improvisación, la genialidad, el caos e inclusolo absurdo serán los nuevos valores que observaremos a diario. Quizá la esperanzade vida se reducirá a los 13 años, o se producirán suicidios masivos. ¿Aquién le importa? El mero hecho de ver un telediario con estos personajesvaldrá la pena. Y usted, ¿qué personajes elegiría?

10 de julio de 2006

La sábana melancólica


Esta noche he dormido tapado con la sábana. ¿Y a quién le importa? Pues a nadie, pero es un síntoma de que las sonrisas se alejan y vuelven las lágrimas perennes. Sí, sí, hagan acopio de kleenex y busquen un hombro protector contra el que sollozar desconsoladamente. Ahora sí que se ha terminado el verano de verdad. El fresco que entraba por la ventana esta noche me lo ha acabado de confirmar. Se agradece por la temperatura, sin embargo, te atrapa una melancolía que sólo puede indicar la cercanía del otoño y sus automatismos inherentes. Estos es, nubes todo el maldito día, los niños al colegio, los trabajadores al tajo y los políticos a seguir engañando. O sea, para llorar.

Por mi parte, no me voy a dejar amedrentar por cuatro nubes y unos cuantos discursitos de unos orates encorbatados. He adquirido cuatro estufas de butano que rinden al máximo las veinticuatro horas al día en mi habitación. El resto de mi búnker agostil lo completa una colección de punzantes mosquitos, pósters de playas por toda la pared y un hastío veraniego digno de cualquier Rodríguez. Así me tomaré los meses venideros como un auténtico anacoreta estival, disfrutando del sudor, las picadas y la mirada perdida en el horizonte. De esta manera espero eludir cualquier discurso, mitin o declaración que acaezca hasta el próximo estío.

Sin embargo, librarse de un titular, de un comentario o de la propia inercia a mantenerse informado no es tan fácil. Ni tampoco agradable. Salgo de mi oasis con gafas de sol, chanclas y una de esas camisas con un atardecer rojo y naranja estampado, con sombras de palmeras y una pareja abrazada, recojo el periódico y, al instante, vuelve el escalofrío. Lo que decía, mejor no mirar, no escuchar, no hablar.

Y es que parece que Manuel Fraga se volverá a presentar como candidato a la presidencia de la Xunta de Galicia. Sí, han leído bien. Cientos de paleontólogos se han desplazado a nuestro país para seguir las declaraciones -¿exacavaciones han dicho?- del trilobite galleguinho. Una esperpento que alimenta su currículo con apoyos a alcaldes pederastas, un ministerio con Paquito y una obsesión por la poltrona tan incomprensible como el número de apoyos en forma de votos que recibe. Será que en Palomares sí que estaba contaminada el agua. Con lo bien que se estaba sudando por la noche. Dichosa sábana.

Escribir una columna


Tres de la madrugada. Un flexo encendido. El seco teclear en el ordenador rompe el silencio habitual a esa hora. Humo traslúcido pero denso. El hombre que siempre había querido ser escritor o guionista o director de cine es un vago rematado al que sólo le motiva trabajar con la soga-del-tiempo-justo bien apretada al cuello. Sabe que lleva una semana de retraso en varias asignaturas de su licenciatura y es ahora cuando se empieza a dar cuenta de la inusual inactividad en la que se encuentra sumido. El cursor parpadea en la hoja en blanco. Apenas ha escrito diez líneas y ya está desesperado rezando para que la inspiración aparezca de la nada y le ilumine con sus ideas, sus tramas, sus personajes. Aún no entiende a esos que dicen que no existe, que lo que cuenta es el trabajo diario. ¿Diario? Pffff...

Las 5 de la madrugada. La espalda dolorida, los ojos inyectados en sangre, la agilidad mental perdida. La pantalla an en blanco. El cenicero lleno. El humo se desvanece al abrir la ventana. Al hombre que siempre había querido ser escritor o guionista o director de cine le gustan los relatos cortos con finales inesperados, pero que no sean decepcionantes, sino sorprendentes. Admira a Juan José Millás, a Cuca Canals (sobretodo cuando juega con los tamaños, las tipografías y los estilos) y a Quim Monzó y cuando se va a dormir, imagina historias, algunas brillantes, algunas pésimas, pero casi nunca consigue pensar un final que le satisfaga completamente. La mayoría de las veces ni siquiera recuerda qué historia haba imaginado porque se duerme y no lo deja escrito.12 del mediodía. Llueve, mierda. El café caliente calma el frío. El hombre que siempre haba querido ser escritor o guionista o director de cine no soporta el mal tiempo. Siempre ha creído que sufre un pequeño porcentaje de esa enfermedad que llaman trastorno bipolar o psicosis maníaco-depresiva. Pasa de la felicidad a la depresión con un simple chasquido de dedos y cree que cualquier estímulo positivo o negativo puede influirle hacia un polo o el otro. Por eso, si se despierta y luce el sol, él mismo se autosugestiona para creer que todo le saldrá mejor ese da. Hoy no toca escribir.Cuatro de la tarde. El cursor parpadea otra vez. Una inquietante somnolencia merodea por los alrededores. El hombre que siempre había querido ser escritor o guionista o director de cine suele tener plagas de ideas tan repentinas que le saturan las neuronas hasta que un huraca se lo borra todo de la memoria. Intenta salvar algunas apuntándolas en papeles sueltos o en el ordenador, pero se quedan en eso: en meras notas que no obtienen desarrollo posterior y que sólo aumentan el desorden de su habitación. Ése es su principal obstáculo, no sabe organizar las periódicas avalanchas de argumentos que le asaltan.

Ocho de la tarde. Adelantamiento a 1500 km/h en una nave espacial. El láser enemigo rebota en el escudo protector. ¡Coño! ¡La columna! El hombre que siempre había querido ser escritor o guionista o director de cine es incapaz de trabajar durante más de una hora en un mismo escrito. Escribe a ratos, sólo cuando cree que la supuesta inspiración llama al portero automático. Es decir, doble click en el Microsoft Word, releer lo que hay y volver a cerrar. Líneas añadidas: 0. Eficiencia: 0. Siempre se acuerda de que una vez leyó que si cada día se escriba una página, descontando las veces que no se hiciera, en un año se obtiene una novela. Como mínimo en la extensión.Dos y media de la madrugada. Otra vez el flexo. Ahora el cursor parpadea pero también se desplaza incesantemente. El hombre que siempre haba querido ser escritor o guionista o director de cine lleva varias horas retocando un relato. Disfruta tecleando a pesar de que le gusta más escribir a mano. De hecho, suele imprimir los escritos y tacharlos, rayarlos, sobreescribirlos y retocarlos hasta la saciedad. Cuando ha cogido el ritmo, no puede parar y las ideas llueven sin cesar, mojando su cerebro. Sin embargo, éstas aparecen con un orden incoherente y, muy a menudo, inconexas. Ahora se le ocurre el final, ahora una descripción espectacular con montones de adjetivos, ahora unas cuantas páginas llenas de acción y verbos. Sólo falta ligarlo. Mmmm... Mañana.Seis menos veinte de la madrugada. Ctrl+G. Graba el documento en C:\Documents and Settings\Joan. Oscuridad y un aparente silencio urbano.

Diario de verano (Fin)

Último día de vacaciones. A uno se le pone la piel de gallina sólo de pensar en recoger, limpiar, maleta, coche, atasco, ciudad, trabajo. Dios. Te levantas de tu sitio estratégico, de tu arenita, de tu playa y justo cuando pasas cerquita de esa teen que no has dejado de analizar desde el día que llegó a la playa con sus imberbes amigos, suena automáticamente en tu cabecita el now and then when I see her face, she takes me away to that special place, pero no te lleva a ningún special place, sino que te vas a tu casa sólo y de mal humor. Y encima, nada de Guns’n’Roses, King Africa a todo volumen o la barbacoa, la barbecue. Ay.

Adiós teen. Adiós cervecitas –lagrimilla-. Adiós playita. Cabizbajo puedes hacer recuento de los frutos veraniegos: has mudado la piel siete veces, la misma medusa te ha dado dos mordiscos en un pie, sigues con sordera por culpa del agua y de los pseudoAlcántara -los Invasores de las Ultratoallas-, y te has gastado la mitad de los ahorros en juergas estivales y la otra mitad en analgésicos tipo Alka-Seltzer, un cóctel bomba para resacas dominicales.

Si es que el acontecimiento más importante fue cuando unos niños atropellaron con sus bicis a un guiri de 150 kilos y después nadie lo podía levantar por culpa de los dos litros de crema con los que se había untado hasta las uñas. Hasta en eso está mal repartido el mundo. ¿No sería más emocionante que todo ocurriera en agosto? Uno iría por la calle con un periódico de 500 páginas y se podría tragar un telediario de 3 horitas, sin contar los deportes. Este año Mundial y Olimpiadas la misma semana. Todo comprimido.

Entonces sólo se trabajaría en agosto, por lo que el resto del año se dedicaría al asueto. Probablemente, el tiempo cambiaría sus costumbres y este mes acapararía el frío invierno y el otoño más gris, para dejar 5 meses y medio de verano y otros tantos de primavera. Uno estaría veinte horas diarias en el tajo, pero once meses en plan ocioso tientan a cualquiera. Volverían las cervecitas en esa sombra del chiringuito, también las picadas y King Africa, pero también esa teen, la teen.

Pues no. Hay que dejarse los ojos y la espalda delante del ordenador durante once meses, el invierno no se acaba nunca y, encima, hace un frío de cojones, las jovencitas ni te miran y en agosto sigue sin pasar nada. Quizá es mejor que siga así. Pero bueno, soñar es gratis.

Diario de verano (2)


Qué buena estaba esa cervecita. Después de este refresco excepcional hay que volver al infierno en forma de granos de arena. Te toca salir de esa sombrita suave que te da el toldo del chiringuito e ir a por tu sitio estratégicamente escogido a dos metros del agua y lejos de molestias innecesarias. Al momento, te ves dando saltos como un mono mientras te quemas la planta de los pies –una de las pocas partes del cuerpo que no se pone morena, junto con el culo- y ¡sorpresa! tienes a los Alcántara al completo a medio metro de tu toalla. Bueno, lo que queda de ella a la vista. Putos niños.

El dominguero-pack puede variar ligeramente pero suele estar compuesto por dos abueletes con sus sillas plegables instalados debajo de la sombrilla que permanecerán callados durante toda la jornada playera, la pareja de cuarentones estándar niñopontecrema, niñonotevayaslejos, ¿niño? ¡NIÑOOOOO! –siempre a tres centímetros de la oreja de un servidor-, y los consabidos putos niños y sus accesorios: pelota, palas, rastrillo y ganas de tocar los huevos. Si es que cuando uno está mojadito, recién salido del agua, con la toalla limpia –previo desentierro- y la neurona pensando en otra cervecita fresquita, viene el Huracán Niño y destruye todos tus sueños. Te secas ipso facto, te sulfuras, sudas y la toalla vuelve a estar six feet under. Putos niños.

Uno se enerva con suma facilidad. Pero hay que tener autocontrol, así que lo mejor es cavar, rescatar la toalla y trasladarse al único sitio donde nadie te molesta. A 50 metros del agua. De todas maneras ya es hora de irse a casa. Miras a lo lejos el núcleo urbano que ha creado la familia domingueril y te acuerdas de sus antepasados en silencio. Te vas diciendo no con la cabeza, contrariado y te encuentras con el cordón policial. Otro artefacto de ETA. ¿Y a mí qué? Le cuentas al policía que el cordón se lo tendrían que poner a la familia. En especial a los putos niños. Nada. Ni caso. Pues que hagan igual que los terroristas. Que avisen cinco minutos antes. Podría pasar un señor con un megáfono: Que viene la familia de siempre y sus putos niños. Entonces todo el mundo se va, se acordona y uno se queda mucho más tranquilo.

De todas maneras, lo mejor sería que unos y otros se quedaran en su casa viendo el coñazo de las Olimpiadas, desactivando a los putos niños y castigando a las bombas. Y es que uno ya tiene suficientes problemas a la hora de quitarse la arena de los pies -¿lleva pegamento o algo similar?- como para sufrir niños-bomba.

4 de julio de 2006

Diario de verano (1)



Si es que con este calor las cervecitas entran el cuerpo como algo mecánico, fruto de un sino inevitable. Vas caminando tranquilamente por la calle, o por ese paseo de un pueblo cualquiera pegado al litoral y, sin comerlo ni beberlo –en este caso, beberlo, sí- te encuentras sentado en una terracita, con el brazo en alto y con la boca tan llena de saliva que si te viera el perro de Pavlov le entraba tal depresión que ni Freud lo curaba.

Entonces llega la cervecita, con su espumita, con su jarra helada, con las gotitas que resbalan y caen justo encima de tus bermudas, a la altura exacta del pinsiulo, como si beber y orinar fueran una sola cosa. Y con la rubia, dorada y húmeda llega la gloria. Esta es la grandeza del verano, el placer místico en todo su esplendor. Esto lo saben hasta los lemures de Madagascar que, si hablaran, reclamarían con vehemencia cervecitas frías para su caluroso verano.

Pero la cervecita se termina. Los sorbos van dejando esos aros blancos en las paredes del vaso y, al final, sólo quedan unos restos del líquido elemento sin gas, calientes, despreciables. Como la ciudad. Y es que las vacaciones también se terminan. Entonces a uno se le quitan las ganas de Estrella, Mahou, Laiker, Cruzcampo o cualquier otra marca, porque se acuerda de la ciudad, asco de ciudad. Como el resto de cebada fermentada en el vaso, un asco. Se pone uno a leer el periódico, totalmente depresivo – ven a mí Freud-. Sin embargo, entre las habituales desgracias uno atisba cierta luz al final del pasillo. Noticia internacional: en Gran Bretaña se ha autorizado a un grupo de científicos a clonar con fines terapeúticos para crear células madres embrionarias, de cuyo fruto se espera poder encontrar remedios para enfermedades incurables.

¿Cuántos se han opuesto férreamente a este tipo de investigaciones? Suelen ser los de siempre. Los que se oponen a todo que no tenga cruces o color azul. Lo que a uno le viene a la cabeza es que sería fantástico poder llegar a curar esas enfermedades. Debería ser obligatoria la clonación terapéutica, es algo que salta a la vista. Y, ya que estamos con el temita, pues clonar personas también. Es que se le acaba a uno el verano y pensar en la posibilidad de poder mandar el clon a la humedad, el calor, el tráfico y el agobio de la ciudad es como curarse también. Oye, una cañita.

Hacer la cama


De pequeño se las apañaba para poder aparentar que cumplía con lo que le mandaban. Cualquier recado u orden recibida se convertía ipso facto en un conato de realización, en algo incompleto. Al hacer la cama sólo tiraba del edredón o manta, tapando las arrugas de las sábanas inferiores. Barrer se convertía en trasladar la mugre debajo de la cama, o de la estantería. Limpiar los platos podía perfectamente pasar por un baño de agua.

Sus quehaceres se convirtieron en algo superficial, transitorio, sólo para salir del paso. Y así sucesivamente hasta medrar hasta un puesto público, que suelen premiar toda una trayectoria de no hacer nada, porque hacer algo a medias, al fin y al cabo, es no hacerlo. Se convirtió en el alcalde de Barcelona. Caricatura de sí mismo, ha conseguido perpetuar ese mediohacer característico de toda su existencia proyectándolo sobre la ciudad que supuestamente dirige.

Al mismo tiempo que sólo se cubre la cama con el edredón, partes del Eixample aparecen limpias y llenas de vida y otras, como Ciutat Vella, arrugadas y sucias, como la sábana de abajo. Existe el Fórum, también libre de polvo, latas y papeles, que aterrizan en el Gótico, sin que nadie se digne a quitarlo.

Está claro que es imposible que reluzca toda la ciudad, pero no se puede vender una imagen falsa, para eso tenemos la cama y a nuestro padres, que nos simulan una actitud crédula. Allí sólo dormimos nosotros, la arruga no molesta a nadie. No me gusta que el barrio esté arrugado, ni barrer debajo de otra parte, obviando necesidades y partiendo de un punto de vista parcial, no global.

Un final feliz


A veces intento ver como se transforma Mallorca de una forma cinematográfica. Como en un montaje en paralelo, es fácil imaginar como las antitéticas secuencias de esta película se van sucediendo una tras otra, acentuando lo grotesco y lo celestial de cada lugar. Ora cemento, ora pinos, el film de 35 milímetros se convierte en el juego de las mil y una diferencias. Del cielo al infierno en apenas 50 kilómetros, que es el trayecto entre dos playas -aunque sólo una merezca ese calificativo- de Mallorca que retratan la torpeza del ser humano y la belleza de lo virgen.

Un travelling lateral por la interminable playa de Palma, s'Arenal, plasma un skyline urbano repleto de cemento que reside ahí desde los años sesenta, esplendor de la grúa y el especulador y eterno azote de nuestra tierra. Imperturbable, ese abyecto hormigón alberga el infraturismo de bajo coste, el turismo profundo, de sangría y discoteca. Fundimos a negro.

Cambio de secuencia. Una cortinilla en diagonal nos descubre la densidad protectora de un pinar moldeado por el viento, perenne por esos lares. Zoom in hasta la orilla, difusa, amable, pausada. La arena pálida de Es Carbó -situada a apenas 45 minutos de s'Arenal- no esconde colillas, ni plásticos, sólo más granos dorados de arena. Alguna concha rota. Alguna alga. Su color atraviesa las aguas cristalinas, saladísimas, haciendo innecesarias las gafas de buceo. El espectáculo es impresionante. El Caribe en mi casa. Fundido a negro otra vez. Títulos de crédito.

Por suerte, en este caso los polos opuestos no se atraen. ¿Podría ser una pelcula de ficción? ¿Ese cemento tendría que estar dibujado en un decorado? Probablemente no se generaría ni la mitad de la riqueza que unos pocos pretenden embolsarse pero, si continúa esta involución, Mallorca -mi casa- se convertirá en el destino predilecto de las comunidades de invidentes, inmunes al infierno en el que se encontrarán. Ojalá estuviera aquí Spielberg para rodar un final feliz.

Papiros y pendones


Los padres tienen que mostrar muchas veces una actitud condescendiente ante algunas actitudes reprobables de sus hijos, especialmente cuando se intentan librar de sus culpas a pesar de que todos los indicios señalen hacia los vástagos. Es imposible mantener constantemente una postura firme y severa ante las pequeñas maldades que comete la descendencia que, encima, elude admitir el desliz hasta niveles ridículos.

Respuestas como “No he hecho nada” ante un paternal “¿Qué ha pasado aquí? destilan ese sentimiento de culpa que se pretende ocultar. Cierto es que privándoles de libertad o, de una forma más drástica, metiéndolos en un internado no se soluciona el problema sino que, probablemente, se agrave y aparezca resentimiento, rabia, desapego y un largo etcétera.

Ante este razonamiento se puede llegar a la siguiente conclusión: la alta clase política del PP, de ahora en adelante Papiros y Pendones, está compuesta por pícaros infantes, émulos del Lazarillo de Tormes, poco acostumbrados a admitir su responsabilidad. Descartando el caso crónico de Acebes, que se ha convertido en tema de estudio de un congreso mundial de parapsicología, nos quedan el hurto y la estafa. El hurto de papiros y la estafa, pendones mediante. ¿Quién osaría tomar prestados los archifamosos documentos del CNI para después vanagloriarse con su obra? ¿Un zagal imberbe ávido de emociones? ¿O un hombre pegado a un bigote, con ocho años de experiencia al frente de un país?

Este caso lo daremos también por perdido. Sin embargo, todavía queda por resolver el otro entuerto provocado por, una vez más, un niño travieso y avezado a escurrir el bulto. ¿O es otro curtido político con un importante cargo insular? Quizá Papiros y Pendones debería de revisar sus dogmas referentes a la unidad de la familia y su relación con las rasputitas. Este sí que se merece ser castigado. Cara a la pared. O no. Si es que estos casos siempre se quedan huérfanos de severidad. El hábito del perdón fortalece al impune.

Involución


Hace años leí una columna que hablaba de la filosofía del progreso. No recuerdo el nombre del autor ni el medio donde se publicó, pero se clavó en mi memoria una argumentación que exponía una interesante idea. Consideramos el mundo occidental como la personificación del desarrollo, del progreso, en definitiva, de la civilización. Al mismo tiempo, vemos el hemisferio sur y gran parte del mundo oriental como inferior, subdesarrollado, por civilizar. He aquí donde el autor expuso su idea: “¿Quién es más civilizado?”, se preguntaba. “¿Nosotros? Que precisamos policías, que cerramos nuestras casas con llave, que matamos a nuestros semejantes, que necesitamos libros que inmortalizan las leyes y otros libros que versan sobre los primeros... ¿O, por otra parte, una tribu cualquiera del Amazonas? Que vive en armonía con la naturaleza, que utiliza un código civil y penal tácito, que no degrada al ser humano...

Esta idea, latente en mi cerebro desde entonces, se activó hace unos días al ver unas impactantes imágenes por televisión. Creo recordar que sucedía en la India, donde a los moribundos se les trasladaba a una especie de hotel para que exhalaran su último suspiro. Nadie va obligado. Nadie grita, ni patalea, ni se extraña de tal comportamiento. Ni los propios pacientes. La gente muere rodeada de los suyos y en paz. Sin tubos ni máquinas que hacen ping, eco artificial del corazón. Es posible que en Occidente estemos demasiado obcecados en alargar la vida hasta el final. Cueste lo que cueste. ¿Los medios justifican el fin? Llega un momento en que, seguramente, para la salud de unos y de otros sea mejor no actuar, no tocar, no enchufar, laissez faire.

Estos dos casos ilustran situaciones que sólo se ven en documentales La 2 o que sólo se comentan con los amigos o ni eso. Quizá deberíamos mirar más hacia atrás para valorar según que aspectos de nuestra vida, porque quizá hallemos respuestas en personas a las que no damos ninguna credibilidad.

Elogio del anacronismo


La estupidez del ser humano se hace patente al ver cómo proliferan los intentos de numerosos indeseables por engañar al prójimo: los trileros de las Ramblas, los estupendos colchones hinchables de la insomne Teletienda, los cuchillos cortatodo, el líquido limpiador universal, limpia sobre seco, limpia sobre mojado, limpia vegetal, animal o mineral, el mensaje anónimo en el contestador adjudicándonos un apartamento en un lugar indeterminado de una costa inexistente o las increíbles ofertas de pisos de alquiler. 150 metros cuadrados. Tres habitaciones. Dos baños. Terraza. Exterior. Soleado. Claro, claro. Estos conatos de timo sólo provocan una leve sonrisa por lo descarado y absurdo de sus propuestas. Engañabobos para personas de mente plana y bolsillo fácil.

Pero esto cambia porque cuando te traicionan por la espalda, con premeditación y alevosía, duele. Y duele más si es una decisión gubernamental porque se convierte en una mentira de estado. No, no pienso hablar del 11-M. Me refiero al euro, al puto euro, cuya imposición no fue ni siquiera consultada al pueblo. Ni un triste referéndum. ¿Se imaginan? Rezaría así: “Referéndum sobre el euro. ¿Desea ser engañado?”. De haberse celebrado, me gustaría ver con qué moneda pagaría el pan, la fruta, el periódico o las cervecitas con los amigos.

Sucede que somos un país de pardillos, que vamos de modernos y avanzados por tener alguna estadística superior a Portugal o mejor índice de veteasaberqué que Grecia, cuando en realidad se nos olvida que seguimos en el grupo de medianías y con esa cara, la de pardillo, vemos impotentes como la moneda de cien pesetas se ha convertido en un euro, en un puto euro, como el billete de cinco euros, a menudo parecido a un trapo sucio de taller y con la solidez de un pañuelo de papel lleno de mucosidades, no ha sustituido al billete de mil, sino que su lugar lo ocupa el billete de diez euros, o como veinte euros se equiparan con pasmosa facilidad a las antiguas dos mil pesetas. En mi casa lo llamamos pérdida de poder adquisitivo.

Basta ver como el duro, ese antiguo amigo que nos permitía completar el precio del paquete de tabaco o hablar unos segundos más en la cabina de teléfono ahora languidece en forma de moneda de dos céntimos en los monederos, oxidado y sin peso económico alguno. Un valor sobrepasado por las circunstancias. Es como si nos cortaran el dedo meñique: pasa prácticamente desapercibido, sin embargo merece estar ahí. Tiene que estar ahí. Pero no está. En resumen, una pena.

Algo efímero


El olor de las humeantes tazas de café invadía las fosas nasales de Javier cuando entraba a primera hora de la mañana en la oficina. Sus compañeros habían llegado unos cuantos minutos antes y se mostraban seccionados por el filtro de luz de la persiana, aún cerrada. Javier se sentó en su mesa y vio la sala de juntas repleta de hombres armados con sus corbatas y sus trajes caros debatiendo acaloradamente. Esa fue la primera señal.

Todo transcurrió con normalidad durante un tiempo. Hasta que las malas caras que los jefazos habían lucido las últimas semanas se tradujeron finalmente en un instrumento afiladísimo: recorte de personal. Los primeros despidos no tardaron en llegar. Cuatro comerciales, dos informáticos y tres jefes de sección saltaron inmediatamente de su vida normal a la puta calle. A modo de cortina de humo, se anunció mediante un correo electrónico interno que los directivos se habían rebajado el sueldo cuantiosamente y también el fin de la gratuidad de la máquina de café, probablemente, uno de los mayores agujeros económicos de cualquier empresa.

Paradójicamente, cuanto más lastre se perdía, más bajo volaba el globo. No hay manos, no hay beneficios. Sin embargo, cada día caía uno o dos. O más. No hubo otra solución que contratar pseudoempleados. Es decir, becarios. Sin quejas, sin sueldos, sin convenio colectivo. Sin nada. Seis meses en la empresa matándose por demostrar aunque fuera un sólo ápice de su valía. En pocos días los becarios duplicaban en número a los empleados en nómina.

La rueda se hizo imparable. Entraba un becario, salía otro. Sin quejas. Sin baches. Una maquinaria engrasada que efectuaba contrataciones sin ton ni son. Los propios becarios controlaban el presupuesto, las decisiones y el departamento de recursos humanos. Entraban en la empresa, ejecutaban su cometido y, a los seis meses, dejaban paso a otro replicante en forma de becario. Incluso Javier, acuciado por su precaria situación monetaria, acabó entrando meses más tarde como becario en el departamento de economía. Abolió los sueldos causando alegría entre los demás becarios y, además, le nombraron Becario del mes. ¿Qué puede haber mejor que trabajar sin cobrar?

El globo se volvía a elevar, pero la empresa no estaba completa. Faltaba la guinda. De esta manera, el departamento de recursos humanos decidió contratar a alguien para poderle mandar a hacer recados, para que les trajera cafés, les hiciera fotocopias o, simplemente para estar ahí, sin hacer nada. Qué mejor elección que la del exdirector general, que entró con su sueldo anterior multiplicado por dos y un contrato vitalicio. La mañana siguiente empezó como era habitual: caras somnolientas, olor a café, luz entrcortada a través de las persianas. Javier le dio la nómina al exdirector general y se marchó. Era su último día como becario.

Personas consecuentes



El taxímetro rezaba siete euros y medio. Se había detenido justo al lado de la puerta de un motel estereotipado hasta en las luces de neón. Él pagó, cogió su mochila y se dirigió hacia su perdición, suite 501, tal como había quedado por teléfono. Cinco golpes en la puerta, así lo habían acordado. Un haz de luz vertical iluminó la zona central de su cara. Se detuvo unos segundos en el umbral de la puerta y, acto seguido, los dos cuerpos se unieron frenéticamente en esa inhóspita habitación, lejos de las miradas ajenas.

Le quitó el vestido negro, largo hasta los tobillos, como si se hubiese trasladado a su adolescencia y tocara por primera vez a alguien. Con la piel de gallina, las pupilas dilatadas y el corazón a mil, se dejó llevar por un arrebato de lascivia que jamás había probado. Minutos después, la escena ofrecía un cuadro con ropa esparcida, la lámpara en el suelo y los dos cuerpos, ya relajados, estirados en la cama boca arriba, mirando el techo en silencio. De hecho el silencio se había convertido en el protagonista principal durante todo el proceso, sólo interrumpido por leves gemidos.

Alargó el brazo hasta su mochila de la que sacó una bolsita pequeña que ocultaba su secreto tras una cremallera minúscula. Una piedra marrón. La mochila ofrecía más cosas. Un mechero. Un paquete de tabaco. Un librito de papel. Con el transcurso de los segundos su obra de arte fue tomando forma. Fuego. Cigarro deshecho. Movimientos digitales. Y saliva.

El humo pasó a ser un invitado más del libidinoso encuentro. Sin embargo, el tiempo apremiaba, ya se había hecho tarde. Unieron sus labios por última vez, también sus dos cuerpos masculinos, ahora libres de ataduras con las que se vestirían en breve. Se volvió a poner su uniforme verde, su tricornio y el cinto y la pistola.

Dio la última calada. La ceniza cayó sobre la sotana del sodomita, sobre su largo vestido negro, justo encima de la mancha de zumo de hombre que se había desprendido del miembro del benemérito. Fumó en silencio, como casi toda la noche. Pasado un rato, cuando la colilla escupía sus últimos aros de humo, se acabaron de vestir, hicieron tabula rasa, y, uniformados, atados por el verde y el negro, salieron del motel.

Colombofobia


Sonó la alarma. Todos a los refugios. Las calles sufrían ese proceso de desertización humana unas seis o siete veces por día. Una nube alada se vislumbraba ya en el horizonte. El sonido de la tragedia retumbaba en los timpanos. Todos se ponían las máscaras del miedo y a correr. En el sótano 128/A sólo se distinguía el susurro de un señor mayor que hablaba con sus nietos intentando calmarlos ante el inminente bombardeo.

“Abuelo, ¿por qué nos tenemos que esconder?” –preguntaban ávidos de respuestas-. “Hijos míos, ¿os he contado alguna vez que cuando yo era joven existían unos pájaros llamados palomas? Mi piso estaba situado donde está ahora la zona prohibida, donde el agujero negro. Bien, pues en mi barrio podías pasar por tres o cuatro plazas sin desplazarte más de tres manzanas. Genial, pensaréis. Pues no, ¡era una mierda! ¡Uy! nada de palabrotas, lo sé” –los nietos se reían, traviesos, ante esas autorregañinas del anciano, para después seguir escuchando-. “Esas plazas me habían servido durante años para conquis... hablar con mis amigas” –sonrió para sus adentros-. “Pero estaban infestadas de esos pajarracos que sólo se preocupaban de defecar encima de los transeúntes sin remordimiento alguno. Hordas de ancianos las alimentaban e incluso había comunidades de freakkies que las adoraban. A saber qué más harían con ellas...”

“Todo el mundo sabía que las palomas eran portadoras de enfermedades y que se erigían como la antítesis de la higiene urbana, pero grupúsculos de viejos ociosos y niños auspiciados por sus padres seguían alimentándolas a sabiendas del error que cometían. Una calurosa tarde de verano ya no pude salir de casa, un escuadrón de palomas de medio metro de altura se había plantado en mi portal, truncando mi salida a la calle” –en el exterior, el bombardeo se hacía realidad-. La mutación había empezado, se acabó todo, pensé”.

“Incluso me llevaron a los campos de alpiste... ¿os acordáis? No, erais muy pequeños. Me obligaban a recoger sacos de semillas trabajando de sol a sol y, si me negaba, me picoteaban hasta hacerme sangrar, para alimentarse también de la herida purulenta. Así pasaron los años. Más de uno pensaba como yo, pero ese clamor popular no se plasmaba nunca en acciones, sino que vagaba de mente en mente, en silencio, como un virus que rasgara el alma pero oprimiera la garganta. Lo demás ya os lo habrán contado vuestros amigos. Crecieron, se reprodujeron y ahora asolan lo que queda de nuestra ciudad con sus destructivas heces.”

Vaselina apostólica


Soy una erección. Como diría un futbolista: “eso es como todo”, siempre tan profundos y místicos en sus declaraciones. Y es que me estoy dando cuenta de que la realidad, ese todo, se suele reducir a un mero mecanismo de erección o de penetración (o ambos), en el que se requiere la presencia de mi esbelta y recta –no siempre- figura. El metro penetra el túnel, le hago una fellatio al botellín de agua al más puro estilo Lewinsky, meto la Visa por la sensual ranura, un clítoris eléctrico llama al ascensor y con los erectos pezones cambio la emisora de la radio del coche (por no hablar del falo de marchas). Estoy por todas partes, tengo el don de la ubicuidad.

Soy como ése al que llaman Dios, omnipresente y omnipotente –por supuesto-. Además, si me manifiesto, particulares y colectivos lo agradecen por igual y no entiendo de diferencias de sexos o razas. Gusto a todos por igual. Y digo esto porqué últimamente me he dado cuenta de mi importancia desde el momento en el que la iglesia católica ha recurrido a mis servicios para dar un poco por culo – suelo tener más contacto con manos o vaginas, pero tampoco me gusta despreciar anos- a la gran mayoría de habitantes de este país, cosa que enaltece mi figura y alarga – si cabe- mi leyenda. Ora penetro, ora borro un cero. Gracias a la iglesia, la letra bíblica, con erección, puede entrar.

Y es que su sempiterna intromisión en los aspectos educativos de nuestros pequeños alumnos está haciendo que me desborde el trabajo sodomítico. Resulta que a la hora de aprender religión, los señores apostólicos y romanos osan monopolizar el espectro religioso obviando que existen budistas, ortodoxos, protestantes, judíos y muchos más. En pleno siglo XXI aún hay personajillos dependientes del vaticano – sí, en minúscula- que creen que hay que dirigir las incipientes cabecitas de los niños hacia el padre nuestro, el condón es malo y Jesús resucitó y no sé qué historietas ridículas más, ergo, dan por culo.

Quizás esta nueva moda provocará que los asientos de las aulas permitan a los estudiantes atrevidos sentarse en postura lordósica, culo en pompa y preparados para recibir la estocada celestial. Que si el aborto es malo... ¡ZAS! ojete desgarrado. Que si San Pablo 13/5 ¡PAM! por el culo te la hinco. Sólo falta que mientras el párroco abyecto desvirgue el ano de nuestros hijos, suenen los míticos Gigatron y su himno “Te peto el caca”.

Por lo visto, no queda más remedio que ser penetrados –raro, siendo un estado laico-, o sea que compruebe siempre que sus hijos no se olvidan la vaselina cuando vayan a clase. Ah! tampoco permita que se dejen el traje de látex (ya que aprenden religión, como mínimo que disfruten en clase).

La pandilla



Ya hacía ocho años que el señor Bigote se había erigido como jefe de la pandilla. Él era el Jefísimo y se le conocía también como Superbigote. Nadie podía discutir su liderazgo ya que gozaba de la protección de los matones del grupo, transmisores de sus dictados a través de tremendos ladridos. Si éstos no eran suficientes, con una simple señal de Superbigote enseñaban sus colmillos amedrentando a cualquiera. El señor Barba, el señor Oreja y el señor Ratón constituían el núcleo duro, la poderosa vieja guardia, alrededor de la cual se tomaban las decisiones más importantes. Se hacían llamar la Doble Pe. Bajo el mandato de la Doble Pe, la pandilla había conseguido enemistarse con casi todos, incluidos los señores Corán, harto despiadados.

Se hacía lo que ellos ordenaban y nadie podía discutirlo por culpa de los matones. Además, aunque se quejaran todos juntos, la Doble Pe siempre les ganaban por mayoría absoluta. Así pasaron varios años hasta que una noticia sacudió los cimientos del barrio: el señor Cejas se había mudado al edificio de enfrente. Este señor Cejas se hizo rápidamente amigo de gran parte de la pandilla, cautivándolos con su palabra amable y sus ideas participativas. Sin embargo, no causó entusiasmo, ni una revolución sino que se fue filtrando poco a poco como una mancha de humedad.

Para contrarrestar el cambio que se estaba produciendo, el Señor Bigote ordenó que todo el mundo se dejara bigote. Un bigote grande y libre, para homogeneizarlos a todos y sumirlos en la oscuridad. Pero llegó otro tipo de oscuridad. Y llegó en tren dos días antes del duelo que el señor Bigote y el señor Cejas habían acordado para repartirse la dirección de la pandilla. El señor Bigote quiso acusar de esa oscuridad a unos vecinos que molestaban a toda la comunidad, los señores Parabellum, pretendiendo ganárselos. Nada más lejos de la realidad, los señores Corán llevaban tiempo esperando devolverles la pelota a la Doble Pe y en cuestiones de oscuridad eran expertos.

La verdad se supo tarde, aunque el señor Bigote y el señor Barba y compañía habrían querido que no se supiera nunca. Todos sabían que se coge antes a un mentiroso que a un cojo. Pero esto sólo fue la gota que colmó el vaso. Basta de Bigotes y basta de órdenes dictatoriales y decisiones absurdas, clamó la multitud. La elección ya hacía días que había sido tomada, el Día Oscuro sólo sirvió de detonante, fue la gota que colmó el vaso. Con su elección, la pandilla demostró que nunca habían estado de acuerdo con los estúpidos postulados que pretendía imponer el señor Bigote y que ningún líder puede pretender engañar a toda su banda.

Desde entonces, el Señor Bigote no ha parado de hacer pucheros. Ahora el señor Barba tiene más poder que él. Mostacho, muerto de rabia, reclama una victoria en un proceso que él mismo adulteró, engañando, mintiendo y, meses antes, enemistándose con los vecinos, los señores Corán. Cada vez que alguien se lo encuentra por la calle, el señor Bigote se pone firme e imposta su voz, como si aún tuviera un mísero ápice de poder. Algunos le devuelven el saludo, otros le levantan las cejas, pero todos piensan en su interior: “Cada uno tiene lo que se merece”.

Incesto TV


Por fin lo dijo:

- Te quiero.
- Yo también.

Y se fundieron en un beso de tornillo adornado por los aplausos de un público enfervorizado, rozando el éxtasis místico. La presentadora soltó el micrófono y corrió emocionada a abrazarse con la pareja mientras los invitados anteriores, el coprófago, el zoófilo y la cleptómana aplaudían al unísono y se abrazaban entre ellos en una sórdida amalgama que los realizadores entrelazaban con las bocas de los dos amantes.

Desde mi sofá me sentí tan satisfecho con su muestra de amor televisivo que me puse a subir y bajar el volumen compulsivamente debido al tembleque de mis dedos, provocado por la emotividad del momento. Su propio hijo la había deseado desde el día que nació. Y ella también. Después de varios intentos, la preciosa relación materno-filial que mantenían en secreto se había podido consumar en una larga noche donde se fundieron en un solo cuerpo. Y ahora se lo habían contado a toda la audiencia, especialmente a la de los zappings.

Esa encomiable tarea de perpetuación de la especie a través de su propia estirpe mereció mi más sincera ovación desde el sofá de mi casa. Incluso me puse de pie con lágrimas en los ojos, emocionado, vitoreando su nombre, mientras varios escalofríos de placer recorrían mi espalda. Olé, olé y olé.

Unos minutos después, y muy a mi pesar, terminó esta obra maestra cuya magnitud no es abarcable con los sentidos humanos. Sintonía, créditos y fin del programa. Como siempre, me sentí profundamente realizado. Pulsé el stop y archivé la sagrada cinta en la vitrina que me he tomado la libertad de titular: Lo sublime. Otra cinta más al lado de mi gran colección formada por Jaime Bores, Alicia Senovilla y demás mágicos esperpentos. Inmortalizando este momento me convierto en el poseedor de lo que será, en un futuro próximo, una reliquia televisiva de incalculable valor. Sigan así, directores de programación.