4 de julio de 2006

Algo efímero


El olor de las humeantes tazas de café invadía las fosas nasales de Javier cuando entraba a primera hora de la mañana en la oficina. Sus compañeros habían llegado unos cuantos minutos antes y se mostraban seccionados por el filtro de luz de la persiana, aún cerrada. Javier se sentó en su mesa y vio la sala de juntas repleta de hombres armados con sus corbatas y sus trajes caros debatiendo acaloradamente. Esa fue la primera señal.

Todo transcurrió con normalidad durante un tiempo. Hasta que las malas caras que los jefazos habían lucido las últimas semanas se tradujeron finalmente en un instrumento afiladísimo: recorte de personal. Los primeros despidos no tardaron en llegar. Cuatro comerciales, dos informáticos y tres jefes de sección saltaron inmediatamente de su vida normal a la puta calle. A modo de cortina de humo, se anunció mediante un correo electrónico interno que los directivos se habían rebajado el sueldo cuantiosamente y también el fin de la gratuidad de la máquina de café, probablemente, uno de los mayores agujeros económicos de cualquier empresa.

Paradójicamente, cuanto más lastre se perdía, más bajo volaba el globo. No hay manos, no hay beneficios. Sin embargo, cada día caía uno o dos. O más. No hubo otra solución que contratar pseudoempleados. Es decir, becarios. Sin quejas, sin sueldos, sin convenio colectivo. Sin nada. Seis meses en la empresa matándose por demostrar aunque fuera un sólo ápice de su valía. En pocos días los becarios duplicaban en número a los empleados en nómina.

La rueda se hizo imparable. Entraba un becario, salía otro. Sin quejas. Sin baches. Una maquinaria engrasada que efectuaba contrataciones sin ton ni son. Los propios becarios controlaban el presupuesto, las decisiones y el departamento de recursos humanos. Entraban en la empresa, ejecutaban su cometido y, a los seis meses, dejaban paso a otro replicante en forma de becario. Incluso Javier, acuciado por su precaria situación monetaria, acabó entrando meses más tarde como becario en el departamento de economía. Abolió los sueldos causando alegría entre los demás becarios y, además, le nombraron Becario del mes. ¿Qué puede haber mejor que trabajar sin cobrar?

El globo se volvía a elevar, pero la empresa no estaba completa. Faltaba la guinda. De esta manera, el departamento de recursos humanos decidió contratar a alguien para poderle mandar a hacer recados, para que les trajera cafés, les hiciera fotocopias o, simplemente para estar ahí, sin hacer nada. Qué mejor elección que la del exdirector general, que entró con su sueldo anterior multiplicado por dos y un contrato vitalicio. La mañana siguiente empezó como era habitual: caras somnolientas, olor a café, luz entrcortada a través de las persianas. Javier le dio la nómina al exdirector general y se marchó. Era su último día como becario.

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