13 de diciembre de 2009

Salir

Desde julio que no podía entrar en mi casa por culpa de las obras en mi calle. Es por esta razón que tenía el blog abandonado. Ya vi en el NODO las manifestaciones y los lloros de los lectores, pero no he podido remediarlo, no era culpa mía. Os explico: Un día, despierto desde las siete de la mañana gracias al dulce cantar del martillo neumático, desayuné y luego bajé a comprar el pan y, ojalá, un par de escopetas recortadas. Al volver, el vallado que cerca las zanjas me impedía acceder a mi casa.

- Oiga. ¡Oiga!
- ¿Qué? – Dijo el obrero.
- Que tengo que subir a mi casa.
- No se puede pasar. (Pronunciado “No pue paha”).
- ¿Cómo dice?
- Que no se puede pasar, que estamos en obras.

Ante semejante obviedad estuve a punto de cargar las recortadas con cartuchos explosivos si no fuera porque en lugar de un buen hierro había adquirido un par de baguettes. El dilema que se planteó era evidente: o me adentraba obras traviesa pudiendo ser apisonado, martilleado y, al final, asfaltado; o abandonaba mi hogar en búsqueda de nuevas aventuras ataviado con un hermoso chándal y doscientos gramos de pan.

Este tipo de crisis requieren soluciones meditadas por lo que me dirigí al bar más cercano a pedirme un carajillo.

- ¿Un carajillo? ¿A estas horas? – Me recriminó la camarera.
- Bueno, pues un gin tonic.
- Eso está mucho mejor.
- ¿Y para comer?
- ¿Qué me recomienda?
- Pepito de lomo.
- Hecho.

El bar estaba repleto de hombres y mujeres con el pan o el periódico bajo el brazo, otros con un perro atado a la correa e incluso chuzos que al volver de la ruta etílica se habían encontrado con semejante obstáculo en forma de valla, zanja y obrero respondón añadido a la disfunción locomotora propia del borracho. La fauna peatonil allí reunida no podía salir de la calle, valga la contradicción, y entrar en sus viviendas.

Home, sweet home


Después del gin tonic, pepito lomo, café solo, otro por favor y copa de anís, salí del bar aún sin posibilidad de volver a mi hogar pero algo más animado. El panorama que vi era atroz: hordas de personas permanecían atrapadas en el exterior de sus casas, mientras que las que aún estaban entre sus cuatro paredes oteaban desde las repisas de las ventanas el espectáculo sociológico y casi zoológico que la calle ofrecía.

En poco tiempo ya se habían formado grupos de personas unidas por el color del chándal (algunos iban en pijama también), había hombres mayores que poco a poco se iban juntando, otros por mera proximidad física entablaban conversación y algunos niños ya jugaban despreocupados.


El chandalismo triunfó

Con el tiempo, el ruido del martillo neumático se hizo familiar, el olor a alquitrán era agradable y las vallas nos servían para separar estancias. Las zanjas nos permitían ormir y, en caso de lluvia, nos cubríamos con un poco de cemento fresco. Sólo hacía falta que una persona lo removiera para no quedar atrapados y formar parte de la calle. La dieta del gin tonic con pepito de lomo se convirtió en el rancho general. Tal era la comunión que nadie protestaba, ni siquiera los abstemios o vegetarianos.

Un día, de golpe y porrazo, el ruido cesó. Todos nos despertamos sobresaltados y algo molestos al no poder conciliar el sueño. Lo único que se veía eran coches circulando por un pavimento negrísimo con líneas discontinuas recién pintadas. Todos nos miramos apenados y no hizo falta decir nada más, a nadie le gustaban las despedidas. Cogimos nuestras llaves y nos dirigimos cada uno a su portal. Era el fin. En ese momento, dejábamos nuestro hogar callejero atrás y salíamos al interior de las casas. Giré la llave y lo primero que encontré fueron numerosos salicores de polvo con los que me confeccioné bonitos jerseis monotonos, algo alérgicos, pero tremendamente rompedores. También encontré nuevos inquilinos en forma de insectos que me miraron con cara de extrañados y prosiguieron sus caminos por los huecos de los rodapiés. Ya estaba en casa, sin embargo, me faltaba el aire, estaba oprimido y solo, muy solo. Desde entonces, siempre ansío la llegada del verano para que empiecen las obras y pueda volver a entrar al exterior.

15 de julio de 2009

La memoria

Pasa que cuando uno se olvida de cumpleaños ajenos, dependiendo de la relación con el homenajeado, el bochorno puede pasar del grado superlativo a una nimiedad que ni siquiera nos haga arquear una ceja. Suelo olvidar con bastante facilidad todo tipo de cumpleaños y también gran cantidad de datos que parecen ser claves en el mundo social. Nombres, edades, profesiones de los padres (¿¿??), procedencias y demás estadísticas no son retenidas por mi memoria, hecho que no suele importarme demasiado. Sin embargo, el vulgo abre ojos y pone boca en forma de O al comprobar mi ignorancia. ¿Servirán de algo esos datos?

Incluso voy más allá, pongo y quito años sin reparos, asigno nombres compuestos a quien no los tiene y emparejo hombres y mujeres a discreción. También tengo el don de creer conocer gente con la que jamás he tenido relación. Así, al ver al supuesto conocido y caminar directo hacia él, siempre me asalta la duda. ¿Lo conozco? ¿Es él o no es él? Un metro antes del encuentro fatal, ante la cara de estupor del desconocido, reacciono, bajo la mirada y sigo mi camino asocial perenne.

Uno de los casos más flagrantes es el del cumpleaños de mi hermana. Jamás sabré cuando es. A lo sumo, diré que es en verano, y gracias. Pero eso no me provoca vergüenza alguna. Sería peor no saber su nombre, o no reconocerla por la calle.

En verano, mi ya de por sí depauperado sistema nervioso central funciona a tercios, no llega ni al 50% de su supuesta capacidad. Yo creo que tengo una esponja de baño dentro de la cabeza. Basta con observar el ritmo de publicación del blog: diario, excelente, con la página colapsada por las visitas. Mi inactividad es tal, que a veces ni me acuerdo de la dirección. O de cómo se navega. ¿Abro el güord o el fairfocs? Olvido tanto que se me hacen extrañas las teclas occidentales. Esos caracteres que conforman las palabras aparecen como dibujos inexplicables, quizá en cirílico aumentaría mi fluidez, o en sánscrito. Quién sabe. Cuando ya he conseguido abrir un navegador y observar mi página de inicio, ha pasado tanto rato, que incluso he perdido la noción del tiempo. No sé si han pasado tres minutos o tres años. Tres años como los que cumplió este blog el pasado 4 de julio. Efémeride cuya celebración olvidé. Como todo lo demás.

Tantos como años de blog

Ahora debo luchar para acordarme cómo se hacía lo de publicar posts más a menudo. Llamaría a mi hermana para que me lo explicara, pero no me acuerdo de cómo se llama.

Aniversario I
Aniversario II

PS: Por cierto, mi primer post es el que aún condiciona la cantidad de visitas que tengo. Un mensaje para todos los que buscáis INCESTO TV en gúguel y me hacéis visitas de 1 segundo: no hace falta irse a internet para ver incesto, lo tenéis en vuestras propias casas. Gracias.

6 de julio de 2009

2 de julio de 2009

Funcionar


Ser novel en la conducción te hace descubrir nuevas facetas de la personalidad, tales cómo el instinto asesino mientras-te-muerdes-la-lengua o la pérdida de respeto ante cualquier manifestación de la ley, código de circulación y líneas continuas. También descubres cómo vehículos con edades superiores a los diez años te llevan, pero sólo funcionan a medias. Es como si su edad se pudiera equiparar a la de los perros, cada año equivaldría a siete. En mi caso particular voy a tener que llevar mi Renó Carraca a vivir a una granja y autoengañarme para evitar las lágrimas. Uno de los peores dolores de cabeza que sufro reside en la segunda marcha. Yo creo que se ha declarado en rebeldía y se niega a entrar, como diciendo “A mí me dejas en paz, pon tercera, hombre”. Cada vez que arrastro la palanca hacia abajo simulando el movimiento escaleril encuentro resistencias, ruidos –yo diría que incluso he oído voces- y todo tipo de estridencias. La segunda está en huelga. Al menos no hay piquetes en las demás marchas.

Así, cada vez que pongo segunda, me acuerdo de lo que teóricamente debería funcionar pero jamás lo hace o, si funciona, ocurre aleatoriamente y siempre en perjuicio propio. Precisamente, un claro ejemplo de tal disfunción es la reproducción random, shuffle o aleatoria de emepetreses, cedeses y similares aparatejos. ¿Quién inventó semejante mentira? ¿Hay alguien aún riéndose desde el otro lado de la patente? Si lo tuviera delante no dudéis que le arrojaría el guante a la cara en claro reto atávico. Cargo quinientas canciones. Activo reproducción aleatoria. Sorpresa. La misma canción cuatro veces en un intervalo de veinte minutos. Nos quieren volver locos. ¿Quiénes? Ellos.

Sólo reproduce en modo shuffle, para morirse


Otro ejemplo de disfunción es la cadena del váter. Me siento en la taza –curiosa analogía ¿alguien ha bebido en una taza de tamaño igual o superior a un váter? O ¿alguien ha defecado en una taza de café?- y excreto mis deposiciones –finamente, que cago, vamos- y cuando llega el momento del diluvio universal para las heces, el botón llega hasta el fondo emitiendo un click de intensidad menor al sonido del cambio de marchas pero con un deje similar, como diciendo “¿Es a mí?”. Otra vez la rebeldía. Entonces -jamás hagan esto en casa- abro la parte superior de la cisterna. En mala hora. Aún lloro al recordar semejante dispositivo de ejes, contrapesos, tuercas y demás objetos irreconocibles.

Da Vinci, cabrón


El mundo se te cae encima, quedáis advertidos. No existe mecanismo similar en el mundo de tal complejidad. Yo diría que si no es obra de Leonardo Da Vinci y sus intrincados dibujitos marronáceos, ha de ser un diseño inteligente del espacio exterior. Es el momento de sacar a la luz mis conocimientos avanzados de fontanería: mirar por encima, tirar y/o empujar el primer objeto que aparente solidez y, finalmente, dar un par de golpes en el lateral de la cisterna alternándolo con un ts ts ts de desaprobación.

Por último, el maligno nos envía señales a través de las copias de las llaves. ¿Alguna ha funcionado a la primera? Se conoce algún caso, pero no se ha podido comprobar jamás, sólo eran rumores. Entrar en la cerradura, entran, pero a la hora de girar… nada de nada. Bueno, nada, no, un sibilino click click émulo de las quejas anteriores, como diciendo “No abro. Que no, que no abro”. He llegado a creer que es una conspiración de las ferreterías, sin embargo, tal teoría se viene abajo ya que, al llevar a repasar las llaves, no te cobran nada. ¿Cuál es el sentido entonces? ¿Hacernos perder tiempo? ¿Provocar nuestra ira para crear un sentir general de odio y resquemor hacia las cerraduras en general?

Aparcar, llegar a casa, poner música e ir al baño es un suplicio. Optaré por ejercer de peatón, vivir debajo de un puente, obviaré el emepetrés y lo de la retención intestinal ya veremos, que el campo es muy grande.

14 de mayo de 2009

21 minutos siendo una mujer

Dicen que cuando te sometes a una operación de cambio de sexo el post operatorio no es tan crítico como el proceso psicológico al que te ves sometida. Mienten. El anestésico casero que me inyecté vaso de tubo mediante, me permitió realizar incisiones sin dolor alguno pero también sin precisión y, por eso, el post operatorio, se está tornando en tremenda resaca del infierno. En la etiqueta del frasco no podía nada de efectos secundarios, sólo leí Green Garden 40% Vol., un anestésico de calidad escocesa comprobada. Así, fruto de la carencia de ayudante, del precario equilibrio y pulso trémulo inducidos por la seudoanestesia y a fuer de confundir el hilo de coser con los auriculares del Ipod, el resultado no ha alcanzado las cotas de excelencia que estas operaciones requieren. Por suerte, mi altísima pericia en estas lides y el hecho de haber aprobado el MIR varias veces, rebajan la catástrofe a un mero nivel de horror nauseabundo.

Observo mi silueta en el espejo y me sorprende el nuevo cuerpo ideal que acabo de crear. Hay ángulos rectos en lugar de curvas, aparecen extremidades en lugares insospechados y mis medidas son de escándalo, 340 – 20 – 130 – 250. Sí, el último dígito corresponde a los tobillos, una ligera hinchazón producto de acumular huesos, tendones y demás tejido sobrante en las extremidades inferiores por si acaso. Mis nuevos supersenos están formados por siete bolsas de magdalenas la Bella Easo. La cintura, émula de avispa, está conformada por un vaso batidor y varias almohadas intradérmicas me equiparan al jamonismo jovial de Beyoncé, claro exponente de la famosa teoría "Las negras en los videoclips. Origen y desarrollo y su influencia en la posmodernidad adolescente".

Otro tipo de jamonismo

Mi primera acción como mujer, luego de una prolongada e interesante autoexploración, es construir una máquina del tiempo con un manojo de perejil, varias latas de la extinta Kas Manzana y un reloj de cuco. Omito deliberadamente un componente para evitar posibles plagios. Y os preguntaréis el porqué de este viaje por el continuo espacio-tiempo. Pues porque las mujeres somos personas con iniciativa y, antes de enfundarme en una nueva vida femenina, creo oportuno conocer los vericuetos de la trayectoria histórica de este género. Primera parada: la prehistoria.

Nada más llegar, varios onvres peludos y fornidos me arrastran por el pelo hacia una gruta , armarios empotrados, todo interior, suelo de gres para mancillar mi honor aún intacto. Observo negando con la cabeza y diciendo ts ts ts que la liberación de la mujer aún no ha cuajado y que las condiciones higiénicas de la cueva –no hay bidé- no me satisfacen.

Otro tipo de prehistoria

Rápidamente acciono el panel de control y me teletransporto hasta el siglo XVII. Allí, soy repudiada e incluso vilipendiada por la calle por carecer de grasa en exceso. Donde yo veo piel de naranja y morbidez, los contemporáneos de aquella época se funden en hogueras de lujuria. Curiosamente, los hombres también utilizan maquillaje y no poco. El corsé me aprieta tanto las estupendas tetas que huyo despavorida sin darme cuenta hacia qué fecha.

Aparezco en el año 34505. Las mujeres somos fuertes y tenemos nuez. Los hombres tienen la regla. Bueno, los dos que quedan. Un ataque de fertilidad femenina los convirtió en objeto de búsqueda, captura y fornicio. Unos murieron de ansiedad, otros por una pandemia de sífilis muy virulenta y, los más afortunados, de extenuación. Existe un Ministerio de Bolsos y Zapatos y se oye un murmullo constante, como si siempre hubiera miles de personas hablando. Definitivamente, ni cambios de sexo ni viajes temporales. Admito mi derrota y señalo la fecha de hoy en mi máquina del tiempo. Sólo han pasado 21 minutos desde el primer viaje.

Al volver al 2009, sabedor de mi talante escurridizo y poco combativo, decido regresar a mi figura original: el Onvre Joan -OJ si queréis- el yo único. Lleno de cicatrices y restos de carmín, pero yo, al fin y al cabo. Procedo a hacer acopio de anestesia Green Garden para desfacer el trueque de sexo, pero al verme otra vez en el espejo me doy cuenta que mis implantes farináceos con forma de seno han sido consumidos por hordas de gusanos y el moho campa en derredor. Sin pechos, recoloco los tejidos sitos en los tobillos y sólo ansío encontrar mi anterior sexo para reponer del todo mi género original. Cuando me lo extirpé, le di un uso de planta decorativa de interior. El problema es que el Green Garden aún me afecta la capacidad cognitiva y me reimplanto un aloe vera. Bien mirado, el cambio no es tan malo.

Ahora sólo espero vivir en paz y desaparecer en mi lúgubre morada. Que no es lúgubre, tengo sol por doquier, pero bueno, así añado un poco de énfasis al colofón. Mi única y postrera reflexión es que después de tantos cambios creo que ya sé cuál será el siguiente paso.

22 de abril de 2009

Prodigios evolutivos

Prosigamos: como iba diciendo hace escasos minutos en esta retahíla de posts que me han costado la erosión de los dedos hasta tornarlos en muñones de tanto de escribil y de escribil: la inactividad es un lobo para el hombre. Te asalta súbitamente y, a modo de virus, infección mediante, ralentiza todas y cada una de las neuronas, moléculas, pústulas y uñas que son los cuatro componentes vitales del cuerpo humano. Así, hace dos segundos (¿o han sido dos meses?) me encontraba dispuesto a relatar hechos inanes adornados con literatura barata y léxico inconexo, incluso repleto de faltas ortográficas, pero me atrapó el sopor.

Fruto del paro y de mi natural vagancia, el tedio me infectó y me vació entero. Llegué a estar tan limitado que no podía efectuar dos tareas al mismo tiempo. Si me picaba algo, al intentar rascarme, dejaba de pensar y, por ende, olvidaba hacia donde dirigía mi uña afilada. Luego, volvía a la tarea anterior, o sea, el reposo, y me volvía a picar (sí, eran los huevos, para qué negarlo). Y así hasta el infinito.

Involucioné hacia un estado que he decidido llamar “Anacoretismo Extremo en Entorno Urbano con Ramalazos Animalizantes” – de ahora en adelante AEEURA© o aeeurismo©-, que, por cierto, lo he plasmado en un breve ensayo de quince tomos que pronto saldrá publicado en revistas científicas sin parangón y sin tirada, muy a mi pesar.

La cuestión es que la condición humana es frágil y yo lo viví en mis carnes. De hecho, me propuse ser mi propia rata de laboratorio, ser un autoexperimento. Lo primero de todo fue adoptar un nuevo eje, la horizontalidad. ¿Para qué desplazarse de pie? Uno, al caminar, se cansa. Entonces reduje al mínimo los desplazamientos, ubicando mi centro de mando en el sofá o, en su defecto, en el suelo. En esas dos superficies he pasado largas horas investigando asuntos avanzados a nuestro tiempo, desarrollando teorías revolucionarias durante siestas prolongadas y alimentándome de forma voraz.

En realidad, al llegar a un estado avanzado de AEEURA© un servidor acumulaba víveres en el sofà, refugio espiritual y nave nodriza, y los engullía sin elaborar, incluso sin tocarlos, retozando libremente mientras abría la boca para ver qué caía en la oquedad hambrienta. Un insistente Ferrán Adriá llama cada día a mi puerta para copiar este retozante sistema alimenticio. Lógicamente, no le abro, pero le paso tranchetes por debajo la puerta, a ver si se asusta y se larga.

Algunos podrían considerar que estas muestras de comportamiento me convierten en un ser primitivo. Sin embargo, el aeeurismo© no me hizo olvidarme del buen decoro y efectuaba mis deposiciones detrás del televisor sin que nadie pudiera notar nada. Lo mejor era que al perder toda masa muscular debido a la inactividad, me desplazaba sobre mi baba a modo de caracol. Os lo aconsejo. Es algo lento, pero disfrutas más del viaje.

El lenguaje verbal también sufrió ciertos cambios sutiles. Pasé a prescindir de las vocales para expresarme sólo con consonantes fricativas. Ideé todo un complejo sistema de entonación y longitud de la pronunciación que nadie llegó a entender pero que, a mi modo de ver, merecería varios Nobel. Mandé el siguiente e-mail a la RAE:

Sssssssss, b-b-b, PPP, SSbb-s’b.

Hete aquí un silogismo de lo más profundo, con una pureza sintáctica que haría resucitar a Lázaro Carreter. Pues aún espero respuesta de los letrados viejunos.

Vi que muchos amigos, la familia y turistas que pasaban por allí me llamaban embrutecido, comentaban que me había abandonado, que si australopitecus y no sé qué. Y yo no comentaba nada de ellos, así soy de educado. Entonces repté sobre mi baba y me acerqué a dialogar con uno de los seres inferiores que oteaban mi estadio superior. A través de un intenso debate y una somanta de palos que procedieron a suministrarme varios familiares y allegados, comprendí que me había convertido en el nuevo Galileo de mi era. Asustado por la posibilidad de la reintroducción de la hoguera en plaza pública, accedí a volver a ser un simple humano a sabiendas que Darwin estaría tirándose de los pelos en su tumba.

Y para salir de este estado catatónico de inercia hacia la nada más absoluta acudí al remedio más eficaz que conozco: la cirugía casera. Si anteriormente las palancas de la muerte me habían proporcionado la escalera precisa para medrar hasta la deidad, ¿cuál sería el límite de mi ambición operatoria? ¿Cuántos Nobel –premios, no cartones- merecería tener en la estantería? ¿Por qué ningún hospital lleva mi nombre con orgullo? Así, lleno de humildad, procedí a rajar mi dermis con varias cucharillas de café esterilizadas y, con una precisión milimétrica, implanté, quité, puse, serré, tricoté y heñí durante horas hasta que di con el resultado adecuado: el cambio de sexo. Y diréis, ¿una mujer no puede ser atacada por la inactividad? Y yo os responderé: ahora ya me he operado, hijos de puta.

14 de febrero de 2009

A un hombre de una gran apatía

Érase un hombre a una vagancia pegado,
érase una ociosidad superlativa,
érase una persona con apatía,
érase un haragán bien acostumbrado

Era un reloj de sol mal encarado,
érase un gandul boca arriba,
érase el maestro del “no escriba”,
un blog inacabado.

Érase la indolencia como bandera,
érase el rey vago de España,
las doce tribus de vagos era;

Érase un vaguísimo infinito,
muchísimo más, vago tan fiero,
el vago de la peor calaña.

Autodedicado