1 de noviembre de 2010

Todos los santos

Esta mañana me he vuelto a despertar, como cada año, por culpa de la conversación de dos señoras ancianas al lado de mi nicho.

- Pues yo le he traído crisantemos, Carmencita.

- Esos ya están pasados de moda, Josefina.

- A mi Honorio le encantaban.

- ¿A tu Honorio? De moda, pasados están. Pasados.

- Ay, Honorio, en el cielo estarás bien.

- No mucho porque verá los crisantemos desde arriba, Josefina - Esto último, lo suelta un poco por lo bajini.

Y así todo el rato hasta que me he hartado y he emitido un sonido gutural –el clásico susto de ultratumba- al que las señoras no han atendido demasiado.

- Pues parece que va a llover, Josefina.

- Pensaba que tenías gases. Qué pena, los crisantemos se echarán a perder.

- Me voy, Josefina, que tengo que hacer las lentejas y luego no llego a misa.

- Qué pena.

- Bueno, no pasa nada si ya está empezada.

- Los crisantemos.

- Con Dios, Josefina. Con Dios.

- Adiós, Honorio, hasta el año que viene, si llego.

- Ay... Josefina, que os queda poco a algunas.

- A todas nos llega la hora, a todas.

Después del discurso habitual de las ancianas a partir de los 70, recordando cada 30 segundos que se van a morir, cada una ha cogido un camino diferente hasta que la criticona ha vuelto, ha cogido los crisantemos y los ha puesto delante de la tumba de algún familiar suyo. Claro, como había venido con las manos vacías.

Unos chalets adosados

Y es que cada 1 de noviembre las hordas de la tercera edad se pasan por el cementerio a llevarnos flores a todos. No se estiran mucho, sólo una vez por año, no sea que se les pegue algo. Se ponen el traje de domingo, se arreglan y, en procesión, a traernos flores. La verdad, ¿no han pensado que no necesitamos flores para nada? ¡No se ven! A no ser que empiecen a construir los nichos con cristales, el cemento sigue siendo opaco. Ya lo decía el anuncio:

Listo para entrar a morir.

Un ambiente, oscuro,

lápida vista, suelos de madera,

comodidad eterna,

ideal para una persona.

Nichos La Eternidad.

Ya que vienen sería mucho más interesante que dejaran unas botellitas de vino, aunque se nos escurra por las oquedades de tejido ya carcomido. O unas limas para las uñas. No sé qué pasa, pero desde que me he mudado a este nicho, me han crecido tanto las pezuñas que tengo el ataúd todo rayado por dentro. Y también un poquito de suavizante, en lugar de pelo parece que tengo alambre.

Me llevo a Honorio, ¿qué pasa?

Aquí me aburro un poco porque en mi bloque ya no hay sitio y no llegan los nuevos. Sin embargo, el otro día se llevaron los huesos de Honorio –al que despedí con un corte de mangas que me provocó fractura de cúbito y radio -y yo creo que será porque Josefina debe de estar a punto de ingresar en la comunidad. Por lo insistente, le he acabado cogiendo cariño, así que cuando llegue la invitaré a dar una vuelta por el mausoleo vacío que hay cerca de los cipreses, a ver si le doy un meneo al esqueleto. ¿Se considerará esto necrofilia?