31 de diciembre de 2006

2007


Feliz año a todos y a todas, pero no prometáis nada, total, no lo vais a cumplir.


PD: ¿Cómo serían las campanadas en este escenario daliniano? Seguro que con uva y cava, no.




28 de diciembre de 2006

Blogger

La maldita plantilla dots nunca se acaba de cargar bien. Hasta que encuentre una mejor he cambiado a la del fondo blanco, creo que se leerá mejor que con el fondo oscuro. Acepto sugerencias.

Cagar

- Señorita...
- ¿Caballero?
- En su portal cagar quiero
- ¡Indecente!
- Cagaré de frente
- ¡Descarado¡
- Cagaré de lado
- ¡Indecente y descarado!
- Señorita ya he cagado.

27 de diciembre de 2006

Volare, oh, oh…



Nunca me han gustado los eufemismos. Indican que estás hablando con alguien que te quiere esconder algo, no te da toda la información que, quizá, deberías o te gustaría saber. En los aviones siempre hablan de ponerse el chaleco en caso de emergencia. A ver, si me defeco encima, tengo una emergencia. Ponerme un chaleco no me soluciona nada, más bien me pone en un aprieto aún peor. Con lo de “emergencia” se refieren a un piño a tropocientos mil pies de altitud (qué raritos, contar con pinreles) tan brutal que es mejor meterle mano a la persona que tengas al lado, llamar a tus enemigos y decirles todo lo que piensas o aprovechar para beberte todas las botellitas de licor del minibar, antes que ponerse un maldito chaleco amarillo que encima no puedes hinchar dentro del avión.

Qué nadie se alarme por eso, no encontraréis chaleco salvavidas, sino una bolsa de madalenas caducadas. Es un recurso que tienen las compañías para vengarse ya que nadie hace ni caso a las azafatas cuando explican que tienes varias salidas de emergencia a los lados. Bueno, una vez dejé de hojear el periódico y presté atención, entonces la azafata afirmó que el chaleco se puede inflar soplando por unos tubitos de todo a cien que lleva pegados con Imedio. ¡Por Dios! ¿Y después se extrañan de la desatención de la gente? En realidad, podrían ponder un espectáculo de estriptis o a un monologuista, seguramente captarían más la atención (y el asombro) de los pasajeros.

Después te explican lo de la despresurización. Tranquilos, caerán mascarillas de oxígeno que te salvarán la vida. Chorradas. Algunas sólo suministran helio y acabas pidiendo ayuda como los pitufos. Las demás están conectadas al WC para que, con los efluvios, te desmayes y dejes de incordiar con tu repetitivo grito de “Vamos a morir”. Más tarde, después de estas explicaciones reparten la prensa. Antes existía la democracia y todo el mundo podía disponer de un ejemplar (todos, menos los de las últimas filas). Ahora nada de nada. Cuando se acaban las filas de business class, el uniformado de turno da mediavuelta y cierra las cortinas. ¡Pero bueno! ¿Qué es este clasismo? ¿Acaso los turistas olemos mal, o tenemos menos ansias lectoras? O todos, o nadie.

El nombre de la categoría me da que pensar. Si te vas a Egipto (por ejemplo) con tu cámara, tu gorro y tus chanclas con calcetines, pero viajas en business, ¿te verás obligado a dedicarte a los negocios al llegar? Y un tiburón de las finanzas, o un empleado trajeado que viaje en clase turista, ¿debería comprarse una cámara, una camisa estampada con atardeceres tropicales y un sombrero mejicano y turistear al llegar a su destino dejando sus quehaceres oficiniles abandonados al tun tun? De la misma manera que la respuesta para los dos preguntas es no, exijo desde aquí el reparto generalizado de prensa ¡hombre! Y también unas tapas y unas cañitas.

Así te darían igual los retrasos, una de las lacras de la aeronáutica. Además de llegar tarde a tu destino, no puedes aprovechar el tiempo del retraso en nada. N-A-D-A. A no ser que practiques la meditación profunda o te diviertas mirando las pantallas que anuncian los vuelos, un aeropuerto es uno de los lugares más aburridos que existen. Aunque quizá sólo lo sea para mí. Y es que antes de volar (les escribo estas líneas desde un MD-88 de Iberia cubriendo el trayecto BCN-PMI), justo cuando han avisado por megafonía de que se podía embarcar, todos han corrido hacia la puerta número 21 como posesos. Sólo puede significar dos cosas:

1- Nadie se ha enterado aún de que los asientos van numerados
2- Sin nadie proponerlo, de forma tácita, se han creado unas diversiones aeroportuarias para matar el tiempo y yo me quedado excluido de su comprension. Me imagino que ganaré el primero que entre en el avión, premio harto contraproducente ya que la espera dentro del aparato es mucho peor.

Les dejo que estoy a punto de aterrizar en Palma. Me despido no sin antes pedir a los pasajeros que viajan en el avión que no aplaudan al tocar tierra que esto no es el circo, ni un programa de Buenafuente (¡déjenle hablar! Pueden reírse sin aplaudir) y, total, el piloto se pondrá en huelga en menos que canta un gallo. De todas formas, feliz vuelo.



19 de diciembre de 2006

La tentación de San Antonio




¿Vamos a estirar las piernas?, dijo Dalí, y sus mascotas gigantes se lo tomaron al pie de la letra. Ya se sabe, los animales surrealistas te sorprenden por doquier. Estiran las piernas 25 metros y se quedan tan panchos. Quizá no caminan con las patas, es que se han dejado las pezuñas largas, eso sí, con una capa de esmalte para que soporten las 5 o 6 toneladas de peso de los elefantes domésticos del pintor de Figueres. Es un tema sacarlos a pasear, porque hay que llevarlos hasta el desierto de San Antonio (el streaker con la cruz) para no asolar los parques. Y es que las deposiciones de toda la prole animal del cuadro podrían enterrar árboles, toboganes, niños y abuelos incluidos.

Precisamente San Antonio intenta protegerse de las tentaciones con una cruz, según dicen los analistas de arte, pero yo creo que Dalí pintó un pseudookupa-moloporquesoyasocial protestando por el desalojo de su desierto (es que no hay ni una montaña para cobijarse) y, al creer que llegaban los antidisturbios, esgrimió sus dos flautas en forma de cruz como diciendo: ¡Como os acerquéis me pongo a tocar el Bolero de Ravel! Ahora se entiende la cara de susto del caballo y la barba desarreglada y el tono negruzco de la piel de San Antonio. Las mujeres desnudas no sorprenden conociendo de antemano la mente calenturienta de Dalí. Ya sabéis, amigos, recoged las deposiciones de vuestras mascotas, sean hámsters o rinocerontes.

14 de diciembre de 2006

El grito


¡Ahí va! ¡Los Donuts! Este es el autorretrato de Edward Munch de camino al colegio. Aquí es cuando repara que se ha dejado la merienda encima de la mesa de la cocina. A raíz de esta pintura que realizó a la edad de seis años, nació el expresionismo, una nueva forma de plasmar la angustia existencial o, mejor dicho, el hambre a media mañana. ¿No os pasa que sobre las 11 de la mañana os comeríais un jabalí? Sobre todo si sólo desayunas un mísero café deprisa y corriendo.
Ahora bien, lo que no entiendo es el contorneo del personaje, bailando estilo Axl Rose. ¿Y realmente está gritando? ¿O se tapa las orejas mientras pone cara de asombro? O incluso me aventuro a pensar que está escuchando un disco de Michael Jackson, se aprieta los auriculares a las orejas y suelta el famoso ¡Aw! (el gritito espeluznante del rey del pop negroblancuzco). Sea cual fuere la intención del señor Munch, se quedó sin donuts.

5 de diciembre de 2006