14 de diciembre de 2007

Grandes

¿Y ahora qué dirán, eh?

11 de diciembre de 2007

Las tres Pes: placer, pipas y palomitas

Hay momentos vitales magníficos cuyo principal leitmotiv es la comida. Muchos ágapes son comparables al sexo y todos sabemos que al comer chocolate, segregamos ciertas dosis de endorfinas que producen en nuestro cuerpo lo que todos buscamos: placer. Comer, segregar, placer. Ese es el orden. Al fin y al cabo ya lo veis, vivimos bajo el yugo de la química y el sistema endocrino. Es como una especie de esclavitud voluntaria, incentivada en cierto modo. Pero, ¿qué ocurre cuando las expectativas se truncan? ¿Quién osa entorpecer nuestro camino hedonista? ¿Acaso las parcas impiden aleatoriamente el goce personal durante el consumo?

Mis amigos en plena discusión

Basta fijarse en las pipas. ¿Quién no ha dicho alguna vez “es empezar y no parar”? ¿Qué tiene ese fruto tan pequeño para engancharnos cual droga dura? He llegado a discutir con mis amigos (quien dice amigos dice atajo de ratas almizcleras) sobre la posibilidad de que las tabacaleras estén detrás de la composición de las pipas. La cuestión es que adicción y placer suelen ir también de la mano. Somos adictos pero no tontos y, si comemos 700 pipas/minuto es porqué nos gustan.

La velocidad de consumo aumenta exponencialmente. Primero poco a poco y al poco tiempo ya deformas el espacio-tiempo. Es entonces cuando, en el momento que estás sumido en una vorágine de deglución, inmerso en un estado de coma piposo, mordiendo y quebrando la corteza con tus incisivos con esa técnica que te ha costado años, sudor y lágrimas adquirir, ahí, justo en ese momento es cuando has dado con la pipa podrida. Te das cuenta porqué al crujir la corteza se desprende un polvillo, señal inequívoca de la convulsión que te provocará en segundos. Amigos, ese es uno de los peores sabores que se pueden probar. Muerdes y escupes -al mismo tiempo que blasfemas- como si expulsaras al mismísimo Satanás. Encima, es perenne; bebed agua, cerveza o comed más pipas. Todo en vano. Ese regusto amargo permanece pegado a tus muelas borrando cualquier rastro de placer que pudieras haber conseguido. Lo que las pipas te dan, las pipas te lo quitan.



La pipa podrida acecha


Las palomitas son otro caso digno de estudio. Quitando el hecho de que valen tanto o más que la entrada de cine (he visto gente pedir créditos para el cubo grande), son otra fuente de adicción a gran escala con el agravante de nocturnidad (u oscuridad, al menos). No han empezado los tráilers y ya nos hemos zampado un cuarto o más. Muchas veces recapacito y me pongo en plan introspectivo “come de una en una, gañanaco, y cuando empiece la peli aún te quedarán”. Inútil, como siempre. Coges una, coges otra y a la tercera vez, ya tienes la palma de la mano rebosante de palomitas. Te las introduces a presión en la boca ingiriendo sólo un 10%, ya que el resto se reparte entre el suelo, tu regazo y la zona muerta, es decir, la gente que tienes al lado, sean acompañantes o no. Lo bueno es que ellos engullen de la misma forma y el entierro palomitil es recíproco. Si no se comen así, no se comen de ninguna manera.




¿Palomitas o cartón?


Por cierto, aprovecho para reclamar la abolición del recipiente pequeño a la voz de ya. Si optamos por éste, cuando suena la musiquita del Movierecord ya no queda nada más que sal en el fondo y por eso nos perdemos todo el proceso troglodita antes relatado. ¡Cubos de cinco quilos ya! Pero que sean de palomitas de verdad porqué lo peor es que en muchos sitios nos estafan y nos dan cartón pintado de blanco en lugar de palomitas. ¿Existe algún cine donde las vendan al menos calientes? Sea como sea, engullimos sin parar. Si durante los tráilers y los treinta primeros segundos de la proyección nos hemos comido el equivalente de nuestro peso en palomitas, la consecuencia gástrica está asegurada. Las próximas horas serán terribles para nuestro intestino, sin embargo, como buenos humanos que somos, la próxima vez que vayamos al cine, caeremos otra vez en la tentación. ¿O no?

3 de diciembre de 2007

Copiar

¿Por qué los directores se empeñan en plagiar, copiar, repetir i remakear?

Si tenemos una primera versión genial, perturbadora, con unas actuaciones bestiales (léase Ulrich Muhe y Susan Lothar).




¿para qué repetirla? Discrepo, señor Haneke.