27 de diciembre de 2006

Volare, oh, oh…



Nunca me han gustado los eufemismos. Indican que estás hablando con alguien que te quiere esconder algo, no te da toda la información que, quizá, deberías o te gustaría saber. En los aviones siempre hablan de ponerse el chaleco en caso de emergencia. A ver, si me defeco encima, tengo una emergencia. Ponerme un chaleco no me soluciona nada, más bien me pone en un aprieto aún peor. Con lo de “emergencia” se refieren a un piño a tropocientos mil pies de altitud (qué raritos, contar con pinreles) tan brutal que es mejor meterle mano a la persona que tengas al lado, llamar a tus enemigos y decirles todo lo que piensas o aprovechar para beberte todas las botellitas de licor del minibar, antes que ponerse un maldito chaleco amarillo que encima no puedes hinchar dentro del avión.

Qué nadie se alarme por eso, no encontraréis chaleco salvavidas, sino una bolsa de madalenas caducadas. Es un recurso que tienen las compañías para vengarse ya que nadie hace ni caso a las azafatas cuando explican que tienes varias salidas de emergencia a los lados. Bueno, una vez dejé de hojear el periódico y presté atención, entonces la azafata afirmó que el chaleco se puede inflar soplando por unos tubitos de todo a cien que lleva pegados con Imedio. ¡Por Dios! ¿Y después se extrañan de la desatención de la gente? En realidad, podrían ponder un espectáculo de estriptis o a un monologuista, seguramente captarían más la atención (y el asombro) de los pasajeros.

Después te explican lo de la despresurización. Tranquilos, caerán mascarillas de oxígeno que te salvarán la vida. Chorradas. Algunas sólo suministran helio y acabas pidiendo ayuda como los pitufos. Las demás están conectadas al WC para que, con los efluvios, te desmayes y dejes de incordiar con tu repetitivo grito de “Vamos a morir”. Más tarde, después de estas explicaciones reparten la prensa. Antes existía la democracia y todo el mundo podía disponer de un ejemplar (todos, menos los de las últimas filas). Ahora nada de nada. Cuando se acaban las filas de business class, el uniformado de turno da mediavuelta y cierra las cortinas. ¡Pero bueno! ¿Qué es este clasismo? ¿Acaso los turistas olemos mal, o tenemos menos ansias lectoras? O todos, o nadie.

El nombre de la categoría me da que pensar. Si te vas a Egipto (por ejemplo) con tu cámara, tu gorro y tus chanclas con calcetines, pero viajas en business, ¿te verás obligado a dedicarte a los negocios al llegar? Y un tiburón de las finanzas, o un empleado trajeado que viaje en clase turista, ¿debería comprarse una cámara, una camisa estampada con atardeceres tropicales y un sombrero mejicano y turistear al llegar a su destino dejando sus quehaceres oficiniles abandonados al tun tun? De la misma manera que la respuesta para los dos preguntas es no, exijo desde aquí el reparto generalizado de prensa ¡hombre! Y también unas tapas y unas cañitas.

Así te darían igual los retrasos, una de las lacras de la aeronáutica. Además de llegar tarde a tu destino, no puedes aprovechar el tiempo del retraso en nada. N-A-D-A. A no ser que practiques la meditación profunda o te diviertas mirando las pantallas que anuncian los vuelos, un aeropuerto es uno de los lugares más aburridos que existen. Aunque quizá sólo lo sea para mí. Y es que antes de volar (les escribo estas líneas desde un MD-88 de Iberia cubriendo el trayecto BCN-PMI), justo cuando han avisado por megafonía de que se podía embarcar, todos han corrido hacia la puerta número 21 como posesos. Sólo puede significar dos cosas:

1- Nadie se ha enterado aún de que los asientos van numerados
2- Sin nadie proponerlo, de forma tácita, se han creado unas diversiones aeroportuarias para matar el tiempo y yo me quedado excluido de su comprension. Me imagino que ganaré el primero que entre en el avión, premio harto contraproducente ya que la espera dentro del aparato es mucho peor.

Les dejo que estoy a punto de aterrizar en Palma. Me despido no sin antes pedir a los pasajeros que viajan en el avión que no aplaudan al tocar tierra que esto no es el circo, ni un programa de Buenafuente (¡déjenle hablar! Pueden reírse sin aplaudir) y, total, el piloto se pondrá en huelga en menos que canta un gallo. De todas formas, feliz vuelo.



4 comentarios:

Unknown dijo...

Espero que tu viaje finalizara bien, sin retrasos y colas monumentales, propias de los aeropuertos en fechas festivas, y que alguna azafata te guiñase el ojo.

Que usted lo pase bien y tenga una etílica y exageradamente divertida entrada de año.


Un saludo.

alter ego dijo...

¿Otra vez volando con Air Madrid? A veces los viajes no están tan mal. Sé de uno a quien la tripulación lo confundió con otra persona y lo hincharon a cubatas en lo que cruzaban el Atlántico. Llegó a Madrid a gatas y con dos botellines del minibar en el bolsillo. Pero no es precisamente lo habitual

e-catarsis dijo...

Has cambiado el color de tu blog...¡qué inquieto eres!
Supongo que habrás aterrizado felizmente y espero que te hayas llevado de recuerdo la mascarilla, el chaleco ( con los tubillos )y la revista sobada de compras para un exahustivo estudio sociológico en un rato perdido de domingo mientras escuchas el " Wish you were here" de Pink Floyd...o mejor, pasa de esas chorradas y disfruta de la "music".
¡¡¡Felices vuelos!!!

Anónimo dijo...

Yo lo que no entiendo son los aires (nunca mejor dicho) que se dan las azafatas, cuando joder, lo único que hacen es servirte cafés y emparedados. En fin, lo que se ha llamado una camarera de toda la vida.
Aparte de esto, debe ser un descojone un avión completo chillando en plan pitufo. Muy bueno.