31 de julio de 2006

La incredulidad


Cuando entramos en una sala de cine se produce en nuestro cerebro lo que se ha denominado como “suspensión de la incredulidad”. Durante los minutos que permanezcamos a oscuras delante de la pantalla nos creeremos todos y cada uno de los fotogramas que arroja el proyector. ¿Cómo sino se podría afrontar una película como Star Wars? O incluso “Mar adentro”. Sabemos que no existen las naves ni Darth Vader (¿o sí?) y que Javier Bardem no es José Luis Sampedro, pero lo aceptamos.

Para no agriarme la sangre, normalmente me obligo a agudizar esa suspensión hasta un nivel de inocencia infantil. Me lo creo todo. Así consigo un cierto nivel de felicidad con la ausencia de perspicacia. Sin embargo, hay momentos en que es inevitable preguntar, investigar, decir no-me-lo-tra-go. Así, marcando las sílabas, demostrando firmeza. Resulta entonces, que no puedo mantener un nivel intermedio, aceptar según que cosas, y desechar otras. Pues no, la negación se apodera de mí y proclamo: todo es mentira.

Con esta actitud vigilante, dudo de todo. Y es que no puedo contrastar la certeza de lo que ocurre. ¿Cómo, sino, puedo saber si Zapatero, Rajoy, Puigcercós y el resto de parlamentarios han hablado durante dos días en el Congreso? ¿Puedo pensar que en realidad el debate sobre el Estado de la Nación es un montaje y lo que han estado haciendo es una orgía desenfrenada con Labordeta y Acebes liderando el festival Gomorril? ¿Tendrán pelos en la espalda? ¿Quién será el sujeto paciente? Además, el desenfreno de estos crápulas habría contado con la connivencia de periodistas y otros asistentes al Congreso. Unos, editando material de archivo y emitiendo el refrito asegurando que es en directo. Los otros, callando y, quizá, participando del vicio general. Toda una conspiración que nos mantiene en el engaño y que se nutre de nuestra pasividad mental. Rajoy y De la Vega copulando como conejos –o como invertidos, asegurarían desde el banco popular- y nosotros, sin enterarnos. Sería preferible que mi versión fuera la cierta y corrieran los fluidos corporales, así nos ahorraríamos ese regusto agrio que impregna el hemiciclo. Verían qué coaliciones.

Tampoco puedo asegurar que el Consejo de Seguridad de la ONU exista. ¿Los miembros permanentes son lo que yo me imagino? Me permito ponerlo en tela de juicio porque, si de verdad fuese un organismo real, serviría de algo, y no sólo para rellenar la sección de internacional en los medios. Fíjense que, hoy en día, todos los niños de Irán tienen juguetes de uranio enriquecido y móviles con baterías atómicas. Naciones Unidas lleva tanto tiempo indecisa –que si atacamos, que no, que no toquéis el uranio, que de enriquecer nada- que en Irán viven tranquilos y ya comercializan el Uranionova, las encimeras funcionan con energía nuclear y los habitantes se pueden rascar la espalda fácilmente gracias a su tercer brazo.

Sigo acentuando mi incredulidad con la reforma del Estatuto catalán. Me asombra que nadie haya descubierto que el tripartito formado por Maragall, Bargalló (antes Carod) y Saura son en realidad el Tricicle con un trabajo de maquillaje excelente. ¿Cómo sino se explica la comicidad de sus actos? Deben de tener programado un gag cada cierto tiempo, será eso.

De todas maneras, es imposible vivir en permanente alerta y receloso del mundo. Aceptaré que hubo debate en el Congreso, que los organismos internacionales funcionan y que nadie suplanta la personalidad de los políticos catalanes. Entonces, por la misma regla de tres, también entenderé que el PP es un partido moderado, que las drogas blandas son legales, que el precio de la vivienda es tolerable o que no hay censura en los medios de comunicación. ¿O era al revés?

No hay comentarios: