Los padres tienen que mostrar muchas veces una actitud condescendiente ante algunas actitudes reprobables de sus hijos, especialmente cuando se intentan librar de sus culpas a pesar de que todos los indicios señalen hacia los vástagos. Es imposible mantener constantemente una postura firme y severa ante las pequeñas maldades que comete la descendencia que, encima, elude admitir el desliz hasta niveles ridículos.
Respuestas como “No he hecho nada” ante un paternal “¿Qué ha pasado aquí? destilan ese sentimiento de culpa que se pretende ocultar. Cierto es que privándoles de libertad o, de una forma más drástica, metiéndolos en un internado no se soluciona el problema sino que, probablemente, se agrave y aparezca resentimiento, rabia, desapego y un largo etcétera.
Ante este razonamiento se puede llegar a la siguiente conclusión: la alta clase política del PP, de ahora en adelante Papiros y Pendones, está compuesta por pícaros infantes, émulos del Lazarillo de Tormes, poco acostumbrados a admitir su responsabilidad. Descartando el caso crónico de Acebes, que se ha convertido en tema de estudio de un congreso mundial de parapsicología, nos quedan el hurto y la estafa. El hurto de papiros y la estafa, pendones mediante. ¿Quién osaría tomar prestados los archifamosos documentos del CNI para después vanagloriarse con su obra? ¿Un zagal imberbe ávido de emociones? ¿O un hombre pegado a un bigote, con ocho años de experiencia al frente de un país?
Este caso lo daremos también por perdido. Sin embargo, todavía queda por resolver el otro entuerto provocado por, una vez más, un niño travieso y avezado a escurrir el bulto. ¿O es otro curtido político con un importante cargo insular? Quizá Papiros y Pendones debería de revisar sus dogmas referentes a la unidad de la familia y su relación con las rasputitas. Este sí que se merece ser castigado. Cara a la pared. O no. Si es que estos casos siempre se quedan huérfanos de severidad. El hábito del perdón fortalece al impune.
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