Qué buena estaba esa cervecita. Después de este refresco excepcional hay que volver al infierno en forma de granos de arena. Te toca salir de esa sombrita suave que te da el toldo del chiringuito e ir a por tu sitio estratégicamente escogido a dos metros del agua y lejos de molestias innecesarias. Al momento, te ves dando saltos como un mono mientras te quemas la planta de los pies –una de las pocas partes del cuerpo que no se pone morena, junto con el culo- y ¡sorpresa! tienes a los Alcántara al completo a medio metro de tu toalla. Bueno, lo que queda de ella a la vista. Putos niños.
El dominguero-pack puede variar ligeramente pero suele estar compuesto por dos abueletes con sus sillas plegables instalados debajo de la sombrilla que permanecerán callados durante toda la jornada playera, la pareja de cuarentones estándar niñopontecrema, niñonotevayaslejos, ¿niño? ¡NIÑOOOOO! –siempre a tres centímetros de la oreja de un servidor-, y los consabidos putos niños y sus accesorios: pelota, palas, rastrillo y ganas de tocar los huevos. Si es que cuando uno está mojadito, recién salido del agua, con la toalla limpia –previo desentierro- y la neurona pensando en otra cervecita fresquita, viene el Huracán Niño y destruye todos tus sueños. Te secas ipso facto, te sulfuras, sudas y la toalla vuelve a estar six feet under. Putos niños.
Uno se enerva con suma facilidad. Pero hay que tener autocontrol, así que lo mejor es cavar, rescatar la toalla y trasladarse al único sitio donde nadie te molesta. A 50 metros del agua. De todas maneras ya es hora de irse a casa. Miras a lo lejos el núcleo urbano que ha creado la familia domingueril y te acuerdas de sus antepasados en silencio. Te vas diciendo no con la cabeza, contrariado y te encuentras con el cordón policial. Otro artefacto de ETA. ¿Y a mí qué? Le cuentas al policía que el cordón se lo tendrían que poner a la familia. En especial a los putos niños. Nada. Ni caso. Pues que hagan igual que los terroristas. Que avisen cinco minutos antes. Podría pasar un señor con un megáfono: Que viene la familia de siempre y sus putos niños. Entonces todo el mundo se va, se acordona y uno se queda mucho más tranquilo.
De todas maneras, lo mejor sería que unos y otros se quedaran en su casa viendo el coñazo de las Olimpiadas, desactivando a los putos niños y castigando a las bombas. Y es que uno ya tiene suficientes problemas a la hora de quitarse la arena de los pies -¿lleva pegamento o algo similar?- como para sufrir niños-bomba.
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