4 de julio de 2006

La pandilla



Ya hacía ocho años que el señor Bigote se había erigido como jefe de la pandilla. Él era el Jefísimo y se le conocía también como Superbigote. Nadie podía discutir su liderazgo ya que gozaba de la protección de los matones del grupo, transmisores de sus dictados a través de tremendos ladridos. Si éstos no eran suficientes, con una simple señal de Superbigote enseñaban sus colmillos amedrentando a cualquiera. El señor Barba, el señor Oreja y el señor Ratón constituían el núcleo duro, la poderosa vieja guardia, alrededor de la cual se tomaban las decisiones más importantes. Se hacían llamar la Doble Pe. Bajo el mandato de la Doble Pe, la pandilla había conseguido enemistarse con casi todos, incluidos los señores Corán, harto despiadados.

Se hacía lo que ellos ordenaban y nadie podía discutirlo por culpa de los matones. Además, aunque se quejaran todos juntos, la Doble Pe siempre les ganaban por mayoría absoluta. Así pasaron varios años hasta que una noticia sacudió los cimientos del barrio: el señor Cejas se había mudado al edificio de enfrente. Este señor Cejas se hizo rápidamente amigo de gran parte de la pandilla, cautivándolos con su palabra amable y sus ideas participativas. Sin embargo, no causó entusiasmo, ni una revolución sino que se fue filtrando poco a poco como una mancha de humedad.

Para contrarrestar el cambio que se estaba produciendo, el Señor Bigote ordenó que todo el mundo se dejara bigote. Un bigote grande y libre, para homogeneizarlos a todos y sumirlos en la oscuridad. Pero llegó otro tipo de oscuridad. Y llegó en tren dos días antes del duelo que el señor Bigote y el señor Cejas habían acordado para repartirse la dirección de la pandilla. El señor Bigote quiso acusar de esa oscuridad a unos vecinos que molestaban a toda la comunidad, los señores Parabellum, pretendiendo ganárselos. Nada más lejos de la realidad, los señores Corán llevaban tiempo esperando devolverles la pelota a la Doble Pe y en cuestiones de oscuridad eran expertos.

La verdad se supo tarde, aunque el señor Bigote y el señor Barba y compañía habrían querido que no se supiera nunca. Todos sabían que se coge antes a un mentiroso que a un cojo. Pero esto sólo fue la gota que colmó el vaso. Basta de Bigotes y basta de órdenes dictatoriales y decisiones absurdas, clamó la multitud. La elección ya hacía días que había sido tomada, el Día Oscuro sólo sirvió de detonante, fue la gota que colmó el vaso. Con su elección, la pandilla demostró que nunca habían estado de acuerdo con los estúpidos postulados que pretendía imponer el señor Bigote y que ningún líder puede pretender engañar a toda su banda.

Desde entonces, el Señor Bigote no ha parado de hacer pucheros. Ahora el señor Barba tiene más poder que él. Mostacho, muerto de rabia, reclama una victoria en un proceso que él mismo adulteró, engañando, mintiendo y, meses antes, enemistándose con los vecinos, los señores Corán. Cada vez que alguien se lo encuentra por la calle, el señor Bigote se pone firme e imposta su voz, como si aún tuviera un mísero ápice de poder. Algunos le devuelven el saludo, otros le levantan las cejas, pero todos piensan en su interior: “Cada uno tiene lo que se merece”.

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