A veces intento ver como se transforma Mallorca de una forma cinematográfica. Como en un montaje en paralelo, es fácil imaginar como las antitéticas secuencias de esta película se van sucediendo una tras otra, acentuando lo grotesco y lo celestial de cada lugar. Ora cemento, ora pinos, el film de 35 milímetros se convierte en el juego de las mil y una diferencias. Del cielo al infierno en apenas 50 kilómetros, que es el trayecto entre dos playas -aunque sólo una merezca ese calificativo- de Mallorca que retratan la torpeza del ser humano y la belleza de lo virgen.
Un travelling lateral por la interminable playa de Palma, s'Arenal, plasma un skyline urbano repleto de cemento que reside ahí desde los años sesenta, esplendor de la grúa y el especulador y eterno azote de nuestra tierra. Imperturbable, ese abyecto hormigón alberga el infraturismo de bajo coste, el turismo profundo, de sangría y discoteca. Fundimos a negro.
Cambio de secuencia. Una cortinilla en diagonal nos descubre la densidad protectora de un pinar moldeado por el viento, perenne por esos lares. Zoom in hasta la orilla, difusa, amable, pausada. La arena pálida de Es Carbó -situada a apenas 45 minutos de s'Arenal- no esconde colillas, ni plásticos, sólo más granos dorados de arena. Alguna concha rota. Alguna alga. Su color atraviesa las aguas cristalinas, saladísimas, haciendo innecesarias las gafas de buceo. El espectáculo es impresionante. El Caribe en mi casa. Fundido a negro otra vez. Títulos de crédito.
Por suerte, en este caso los polos opuestos no se atraen. ¿Podría ser una pelcula de ficción? ¿Ese cemento tendría que estar dibujado en un decorado? Probablemente no se generaría ni la mitad de la riqueza que unos pocos pretenden embolsarse pero, si continúa esta involución, Mallorca -mi casa- se convertirá en el destino predilecto de las comunidades de invidentes, inmunes al infierno en el que se encontrarán. Ojalá estuviera aquí Spielberg para rodar un final feliz.
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4 de julio de 2006
Un final feliz
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