El otro día vinieron a cenar a casa Michael Jackson y Fidel Castro. Tenía un par de mensajes suyos y les dije que se pasaran un rato. Los muy ratas no trajeron ni el vino ni el postre ni nada. Fidel se excusó con lo del bloqueo, aunque se le escapaba la media sonrisa por lo bajini. Michael se limitó a dar un giro sobre sí mismo y a caminar como si le hubieran untado las suelas de los zapatos con aceite. Como ya predijo en su memorable “Blame It On The Boogie”: I just can’t, I just can’t, I just can’t control myself... Pues no, no puede.
¿Qué hacían los dos en mi casa? Fidel no se podía pasar una pantalla de la Play y, por eso, se inventó lo de la operación quirúrgica. ¡Nos hemos pegado unos vicios al Aniquilador Capitalista! Eso sí, mucho comunismo, pero no le quitas el mando ni a la de tres. Él juega. Tú eres la disidencia. Además, sólo grita: ¡Hasta la victoria siempre! Es un pesado. Pero cuenta buenas historias. Me explicó que cuando se cayó hace un par de meses, no se rompió nada. La cuestión es que había visto en el suelo un billete de un dólar y se lanzó en plancha para atraparlo. Durante los días de convalecencia estuvo de compras por La Habana y aún le sobró cambio.
Michael, entre giro y gritito –el archiconocido y agudísimo ¡auh!- había leído mi columna de hace dos semanas. Su sms decía: k cabron ers, aun consrvo algo d ngro, xo no d pdrast. Acepté su versión con recelo, no sin dejar de mirar de reojo sus pantalones. ¿Los habría limpiado con agua caliente? ¿Vendría de ir a pescar? Espero que no se ponga de moda. Al preguntarle por su extraña indumentaria se palpó la entrepierna sin más. Contesté de la misma forma y seguí con la Play, Fidel con el mando y yo disidente.
Después de horas jugando con Fidel y viendo a Michael danzar, ya se había hecho bastante tarde. Como buen anfitrión les comenté que podían quedarse a dormir en el sofá y en un plegatín oxidado del año tres antes de Cristo. Ante esa disyuntiva, la disputa por el sofá iba a ser de lo mejor de la noche. Fidel jugó su mejor carta: soltó un discurso de 4 horas, dejando al rey del pop en estado de sedación total. Al volver en sí, Jackson reclamó veintisiete niños para poder conciliar el sueño, sólo para eso. You know I’m bad, I’m bad, I’m really, really bad. Le advertí que no volviera a entrar en mi casa con calcetines blancos –encima con rayas horizontales, pero el muy listo las tapa con un ligero dobladillo- y, como me daba pereza salir a buscar niños, le eché un poco de aceite en sus mocasines para distraerle. Baile, giro, gritito y se durmió.
Fidel se quitó la barba postiza y continuó con su discurso mientras dormía con un pijama de los Backstreet Boys. Tengo todos sus discos, comentó durante la cena. Visto el panorama, he jurado no volverlos a invitar, Fidel se ha terminado mi juego favorito y Michael me ha dejado la casa perdida de aceite. El comunismo y el rey del pop han muerto.
¿Qué hacían los dos en mi casa? Fidel no se podía pasar una pantalla de la Play y, por eso, se inventó lo de la operación quirúrgica. ¡Nos hemos pegado unos vicios al Aniquilador Capitalista! Eso sí, mucho comunismo, pero no le quitas el mando ni a la de tres. Él juega. Tú eres la disidencia. Además, sólo grita: ¡Hasta la victoria siempre! Es un pesado. Pero cuenta buenas historias. Me explicó que cuando se cayó hace un par de meses, no se rompió nada. La cuestión es que había visto en el suelo un billete de un dólar y se lanzó en plancha para atraparlo. Durante los días de convalecencia estuvo de compras por La Habana y aún le sobró cambio.
Michael, entre giro y gritito –el archiconocido y agudísimo ¡auh!- había leído mi columna de hace dos semanas. Su sms decía: k cabron ers, aun consrvo algo d ngro, xo no d pdrast. Acepté su versión con recelo, no sin dejar de mirar de reojo sus pantalones. ¿Los habría limpiado con agua caliente? ¿Vendría de ir a pescar? Espero que no se ponga de moda. Al preguntarle por su extraña indumentaria se palpó la entrepierna sin más. Contesté de la misma forma y seguí con la Play, Fidel con el mando y yo disidente.
Después de horas jugando con Fidel y viendo a Michael danzar, ya se había hecho bastante tarde. Como buen anfitrión les comenté que podían quedarse a dormir en el sofá y en un plegatín oxidado del año tres antes de Cristo. Ante esa disyuntiva, la disputa por el sofá iba a ser de lo mejor de la noche. Fidel jugó su mejor carta: soltó un discurso de 4 horas, dejando al rey del pop en estado de sedación total. Al volver en sí, Jackson reclamó veintisiete niños para poder conciliar el sueño, sólo para eso. You know I’m bad, I’m bad, I’m really, really bad. Le advertí que no volviera a entrar en mi casa con calcetines blancos –encima con rayas horizontales, pero el muy listo las tapa con un ligero dobladillo- y, como me daba pereza salir a buscar niños, le eché un poco de aceite en sus mocasines para distraerle. Baile, giro, gritito y se durmió.
Fidel se quitó la barba postiza y continuó con su discurso mientras dormía con un pijama de los Backstreet Boys. Tengo todos sus discos, comentó durante la cena. Visto el panorama, he jurado no volverlos a invitar, Fidel se ha terminado mi juego favorito y Michael me ha dejado la casa perdida de aceite. El comunismo y el rey del pop han muerto.
2 comentarios:
Joan o como te llames, hace tiempo que no leo algo tan divertido. No puedo leérselo en voz alta a mi novia porque me carcajeo sin remedio. Enhorabuena por tu blog.
Gracias, Deslenguado.
Debe de ser el primer comentario agradable que recibo por este post. Hay mucho seguidor fanático de M. Jackson y parece que no les ha gustado demasiado que se ponga aceite en los zapatos, no lo sabían.
Mi novia también era incapaz de hablar al leerlo.
Ah, y sí que me llamo Joan.
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