4 de agosto de 2006

La obviedad


Una de los defectos más incrustados en multitud de instituciones, organizaciones y demás sociedades es la tendencia a la obviedad. Además, se suele juntar con una flagrante demora de la reacción más lógica. Diríjase a la sección internacional de un periódico cualquiera (y digo periódico, no panfleto, tebeo o diario personal) y lea. La ONU pide el alto el fuego. Claro, ¿qué va a ser sino? ¿que aumenten las hostilidades? Naciones Unidas pide una doble con queso. O mejor aún: Koffi Annan pide ser como Michael Jackson, blanco y pederasta (supuesto, vale).

En España, después de una avalancha bestial de cayucos y pateras, ahora el Gobierno firma convenios de colaboración -yo te subvenciono escuelas y formación laboral y tú me controlas tus costas- mientras llegan y llegan y llegan hombres tiritando. ¿Ahora? Siempre hay que esperar a que suceda lo peor para actuar. ¡No prevengan! ¡No piensen! ¡Viva “a posteriori”! Es como el carné por puntos. Han tenido que morir centenares de personas para endurecer las medidas. ¿Tendrán carné de patera los inmigrantes? ¿Perderán puntos si sobrepasan los nudos permitidos?

Otro medio destaca la mirada perdida de los recién llegados (o rescatados). Es curioso, yo en cambio siempre los he visto llegar en limusina acuática, tomándose unos cócteles mientras en el aparato de alta fidelidad suena lo último del chiringuito de playa –léase Georgie Dann o similar-. Al desembarcar, la Guardia Civil los recibe colocándoles un collar de flores, que reciben, eso sí, con la mirada perdida.

Más obviedades. Leo hace un par de días que once cadenas comerciales ofrecen artículos que garantizan el respeto a los derechos de los trabajadores. Es lo que se conoce como Comercio justo (paradójicamente estos productos se perciben entre el público como caros y poco elaborados, sin duda una injusticia. Alguien de marketing diría “No son marcas de confianza”). Estas empresas fabricantes “justas” se vanaglorian de respetar al obrero, un hecho elemental, pero atroz cuando no se produce. Pues estos productos podrían colocarlos al lado de otros artículos cuyas etiquetas rezaran: “Garantizamos que hemos explotado al trabajador que lo elaboró”, “Fabricado por niños menores de 10 años” o “Más falso que un duro sevillano”.

Podría citar centenares de temas con un aumento progresivo de la temperatura sanguínea, pero entonaré el mea culpa. Todo esto hace tiempo que sucede y de forma notoria. Fijarse ahora es una obviedad, adornada con un retraso categórico. ¿Y usted? ¿Se salva de la quema? Obviamente, no.

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