Cierto es que nadie puede comportarse como querría al 100% y que nos debemos a unas normas sociales implícitas muchas veces -casi todas- estúpidas y engorrosas. Uno se puede tomar a la ligera algunas -no todas- para, como mínimo, sentirse bien consigo mismo. Las relaciones con los demás son una buena punta de lanza. ¿A qué se debe la obligación de emanar simpatía sin causa alguna?
Soy un amante de las buenas maneras, pero es intolerable encontrarse con personas que se atribuyen ser tus amigos ¡y desde hace años!. La camaradería o la complicidad se ganan, no están ahí, no son inherentes a las personas por el simple hecho de coincidir en el trabajo o en una habitación. Ergo, es una pena que aquellos que nos esforzamos por llevar a cabo estos principios se nos trate de ariscos, secos, malhumorados, bordes, hijosputa, chulos, radicales, imbéciles, malfollados, quenoshemoslevantadoconelpieizquierdo (aun siendo zurdos algunos), o cualquier otro calificativo peyorativo.
Alguien que permanece quedo, que no es dicharachero ora sí ora también, que no se ríe de todo y con todos, alguien pensativo, reservado, vale a veces mucho más que todos aquellos que, por el temor de no encajar, hacen el ridículo prestándose a la risa fácil de la masa y crucificando al que queda fuera. Es mejor apartarse del montón y tener una identidad propia.
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