27 de septiembre de 2006

Clarividencia

Odio la polémica, especialmente cuando aquellos con los que discuto esgrimen argumentos maniqueos, blanquinegristas y unilaterales. Infructuosamente intento hacerles ver los puntos de vista que existen en el mundo, es decir, la infinidad de maneras de abordar un comentario, una tendencia, una idea, etcétera. He visto refrendada esta manera de pensar en el artículo de Antonio Martínez en El País de este domingo. Lean el final:

Después tenemos otra consideración: alguna vez he hecho el ejercicio de salir a la calle en hora punta, en el centro de Barcelona o de Madrid, y contar el tiempo que pasa antes de que me cruce con alguien con el aspecto de Ángel Acebes, Eduardo Zaplana y Mariano Rajoy. A veces quince minutos, a veces media hora, a veces solo los ves en los escaparates. A veces uno se engaña a sí mismo, y le parece que lo que le rodea es lo normal. No, hijo, no. En algún momento hay que desengañarse: el patrón de la humanidad no es uno mismo, y los demas son ejemplares defectuosos de ser humano. No es así. No hay gente normal y gente anormal, ni ideas normales e ideas anormales, paranormales o subnormales. Hay ideas distintas y personas distintas. Lo mayoritario no es lo normal. Es lo mayoritario. Una vez uno asume eso, tiene muchos números para ser, no sólo una persona tolerante, sino incluso, un demócrata. Ánimo.

Ya lo sabéis, lo mayoritario no es lo normal. Sólo es lo mayoritario.
El resto del artículo lo tenéis AQUÍ


Un saludo y gracias, Antonio.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Palabras lúcidas y valientes para los tiempos que corren. Destaco eso de que "a veces uno se engaña a sí mismo, y le parece que lo que le rodea es normal".

Un saludo

Joan dijo...

Pienso que cuando uno intercambia ideas debe ponerse en el lugar del otro. Incluso cuando tenemos una convicción irrefutable, algo de lo que estamos absolutamente seguros, debemos preguntarnos ¿y si en lugar de A fuera B?. Es una manera de llegar a entender a nuestro interlocutor, no como la gran mayoría que sólo intentan convencerlo para que abandone sus ideas, sin preocuparse si son válidas o no. Sería como una especia de empatía dialéctica (toma palabro).