13 de septiembre de 2006

Las vacaciones (2)


Se acabó el verano y es hora de hacer balance. Nefasto un año más. No has viajado, te inventaste una trola tremenda y en la oficina te pillaron por culpa de Fernández, el auténtico Richard Gere de la Polinesia. Llevas semanas siendo objeto de burlas, cada vez más incisivas, por ser incapaz de reconocer que has estado solo todo el verano y has seguido quedando con la abuela de los Jiménez. Encima, tú no lo sabes, pero tiene intenciones de llevarte a la perrera municipal. Ya sabes, el amor no es eterno. Sólo has sido un rollete de verano para ella. Fíjate que ya ni te ponía crema, ni te lanzaba objetos para que los recogieras ni nada.

En la oficina es peor. Como estabas tan integrado en la agreste naturaleza polinésica, según decías, la supervivencia se ha convertido en tu bandera. Te han quitado la silla y rebautizado como el Sinsilla. Todo lo que tu imaginación produjo –es decir, una mezcla entre Indiana Jones, McGyver y Robinson Crusoe- se ha vuelto en tu contra. Te automutilaste en vano. Para rematar, en el tablón de anuncios hay un montaje fotográfico de un San Bernardo enorme y tú. Se titula: “La abuela y el Sinsilla en la Polinesia”. Eso te lo has buscado.

Y te acuerdas de tu metro cuadrado de playa. Pequeño, pero tuyo, al fin y al cabo. Tu espacio de libertad dónde no debías fichar ni presentar hojas de contabilidad. Eso sí, te tenías que levantar a las cinco de la mañana para encontrar ese metro cuadrado. Pero, ¿qué importa un madrugón cuando estás de vacaciones? Así aprovechabas el día. Embutido entre la gente y la arena, y con unas ojeras boriskarlofescas, pero disfrutando. Las mismas ojeras que te producen las once horas diarias que te han asignado en el trabajo. Y encima, durmiendo en la perrera.

Ahora eres el Sinsilla y tienes que teclear sentado en el suelo y el borde de la mesa te hace llaga en las muñecas. Si te pones de rodillas te va mejor pero te destrozas el menisco ya que han colocado piedrecillas debajo de la moqueta. Entonces optas por apilar paquetes de hojas, sin embargo, tus compañeros –ahora archienemigos- sólo cogen papel de tu innovador asiento, cosa por la cual, con el paso de los minutos, vuelves a dar con tus posaderas en el suelo y retomas el deterioro del túnel carpiano. Además, en tu ausencia, las alimañas oficinescas han cambiado ciertas teclas de sitio y tus informes ahora sí que se parecen al idioma que infructuosamente inventaste. Quieres escribir “Estimado cliente” y sólo aparece “Abunga-kelele”. Además de Sinsilla pareces analfabeto, o eso reflejan tus informes jerogíficos.

Y es que, cuando estás en el bucle de ser el hazmerreír del trabajo, sólo sales de ahí cuando otro hace un ridículo superior al tuyo, con lo que coge tu relevo. A este paso, el sitio es tuyo de forma vitalicia. Que sobreviva, dicen los demás. Cuando te hayan despedido, cuando el borde de la mesa haya seccionado tus manos, cuando eches de menos a la abuela de los Jiménez, sólo entonces sabrás que es el momento para vengarse de Fernández.

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