17 de septiembre de 2008

De cómo contacté con el más allá


La reciente inactividad de este, mi bloj, responde a causas que ya relaté anteriormente. Les recuerdo que fui derrocado como jefe de gobierno por la gracia de dios y, al mismo tiempo, desmembrado por una turba enfurecida (un enfado a todas luces incomprensible dadas mis decisiones paternalistas y beneficiosas para todo el pueblo –aka putas ratas- y, en especial, para mí). Despojado de cuerpo físico y de mis palancas de la muerte, sólo me quedaba arrastrarme propulsado por bufidos inconstantes o asiendo zurullos con los dientes a modo de punto de anclaje para luego moverme cual oruga.

La vida de una cabeza a ras de suelo me enseñó los auténticos valores de la vida, aquello por lo que vale la pena luchar. Esto es, las mujeres con falda (y a ser posible, sin braga ni enagua entorpeciendo mi línea de visión) y el vicio tabaco. Desde que se hizo efectiva mi decapitación fumo gratis porros candentes, puros mordisqueados y colillas con carmín. Al carecer de pulmones, evito cánceres y enfisemas, y gano cierto aire de dandy al no poder coger el cigarro humeante con la mano.

Camuflado divisando inglesulishna.deviantart.com)

Sin embargo, la visión de la ingle femenina y el vicio constante y gratuito no colmaron mis ansias de poder ni mi pobre movilidad. Por eso, opté por proyectar mi frustración y gritar a todo el mundo e insultar a diestro y siniestro hasta que fui presa de una banda de bling-blines que me adoptaron como arma arrojadiza a la par que incendiaria. Así, fui rociado con gasolina, prendido y arrojado contra un grupúsculo de ñetas mientras sonaba reggaeton de fondo. Finé, pero al menos fue con honor, agrediendo y quemando gente de obtuso hablar, mal vestir y peor yantar.

En el tránsito hacia la otra vida, no encontré pasillo con la luz al final ni barquero con las monedas ni abducción o similar. Sólo había un coja su turno. La cola era más larga que en la charcutería del mercado de mi barrio, pero bueno, como tenía la eternidad por delante, seguí oteando entrepiernas femeninas en contrapicado. Después de un rato allí, concluí que el más allá es un antro. Estaba repleto de almas en pena, el mobiliario era como de todoacien, pero carbonizado (eso me hizo deducir que fui a parar al infierno) y sonaba un run run constante como de engranajes poderosos.


José Antoniosundang.deviantart.com)

Llegó mi turno y me entrevistó el mismo Lucifer, que en realidad se llama José Antonio, pero se cambió el nombre para aparentar. Después de horas amenazándome y anunciando el suplicio que me esperaba ad aeternam, le insté a que me dotara de cuerpo y extremidades, me devolviera a la vida y, juntos, dominaríamos el mundo. Nos lo jugamos a Texas Hold'em y vencí con un ful jotas-cuatros. El gran Lucifer fue clarividente y, en un abrir y cerrar de ojos, me resituó de nuevo en la Tierra como padre de todos, es decir, como el Papa Joan XXIV. Esto que narro fue ayer. Preparaos, ratas almizcleras, la nueva doctrina espiritual está al caer.

3 de septiembre de 2008

De cómo me convertí en un rey efímero

Mi nueva condición robótica me trajo hace un par de semanas la primera de las innumerables sorpresas que me depara mi estatus actual. Los engranajes que instalé en mis brazos, ahora los llamo cariñosamente palancas de la muerte, me han dotado de una fuerza inusual. Con ellas ahora rompo, doblo y hago trizas todo lo que se me antoja que no es poco. Coches azules, esquinas de calles, farolamen de autopista y sillas de terrazas sufren mi ira metálica. De ahí que el ejército mandara a mi casa hace un par de días un regimiento de ciento cincuenta mil hombres, varios centenares de helicópteros, tanques y demás parafernalia militar. Un simple vaivén de las palancas de la muerte bastó para aniquilar semejante molestia. Derrocado el ejército, el Congreso se postró ante mi figura, modelo de superhombre, sugiriendo que tomara las riendas del país. Y así lo hice. Pero no como presidente, sino como rey absoluto y, ¿por qué no?, tirano como pocos.

Mis primeras decisiones causaron furor en el departamento presupuestario y, al alimón, calaron hondo en el populus, situando a cada cual en su lugar: a mí, en la poltrona, al resto de seres vivos, en las cloacas. Lo primero fue construirme una residencia a la altura del linaje que ostento. Un piso pequeño de dos mil metros cuadrados todo de oro, paredes incluidas, exceptuando los pomos de las puertas que son de gelatina de fresa. El mobiliario es de hachís afgano, ahora legal y obligatorio en este, mi país, y visto ropa cosida a mano con hebras de azafrán.

De los grifos emana Pingus a todas horas y mandé diseñar dos piscinas monumentales. Sí, monumentales. Una de ellas sólo de espuma, por si me apetece darme un baño relajante. En la otra se bañan permanentemente Michael Phelps y la selección austriaca de waterpolo, por si estoy en modo lúdico –tengo un interruptor en el cogote que me permite varios modos, lúdico, colérico, libidinoso y stand by-. Lógicamente, acudo a hacer largos con el octomedallista americano ataviado con una MG 42 y le castigo las extremidades para igualar la contienda. Aún debo perfeccionar mis mecanismos electrónicos bajo el agua. Nota mental: El equipo de waterpolo hace días que no se mueve. Usar la MG 42 de acicate.

Tremendos, los pomos, gelatinescos

Vista esta muestra de poder, el pueblo cloaquero salió a las calles cual marabunta enfurecida y no tuve más remedio que predicar por radios, televisiones y prensa nacional las bondades de las palancas de la muerte para apaciguar a los seres inferiores. “Todo no se puede tener y el hombre-robot soy yo”, “El pueblo sin un líder es como un enjambre de ratas”, “Fostiaré a todo el que se acerque a mi mansión” y arengas similares les iba diciendo. Extrañamente no les calmaron mis palabras dulces y protectoras y, en una sesión de lubricado de engranajes – si no la paso, me chirrían los codos- me arrancaron la pila de botón que genera toda mi energía y me lanzaron a un descampado cual chatarra automovilística.

Ahora ya no soy rey. Tampoco soy robot, no tengo energía. De mi anterior cuerpo, queda mi cerebro destilado y, ahora, desterrado de soporte. Sólo puedo decir: hijos de puta.