El sol le tuesta la piel poco a poco mientras hunde las manos en la arena caliente, jugando con las algas resecas, las conchas y las piedrecillas que se encuentra a medida que excava en círculos. Al rato, la piel le escuece tanto que el contacto con el agua, antes refrescante se convierte en una tortura térmica por oposición, pero sólo dura un instante.
No los ha visto y por eso se zambulle relajado, entregado a la inmensidad del mar y dejándose llevar por el vaivén de las olas que le provocan un concierto a dúo en sus orejas, ya el viento y el oleaje, ya la profundidad con su sonido hueco y atrayente. Un motor a lo lejos y poco más altera el bloque sonoro acuático. Gira su cuerpo y se introduce perpendicularmente y con fuerza hacia el fondo. Al llegar, hunde las manos en la arena en busca de nada, sólo de la sensación de penetrar el suelo. Abre los ojos, ve borroso. Escuece, sin embargo continúa mirando al infinito. Justo cuando está a punto de acabarse el aire de sus pulmones, se da cuenta de que están ahí. Pero es demasiado tarde. Coge impulso en balde, la huída es imposible. Los gritos en el agua se pierden, mojados y opacos.
Mientras, la última burbuja de aire que expele escala hasta el nivel de la superficie para estallar en un ¡plop! Sordo. Una ráfaga de viento eleva su toalla y se la lleva a ninguna parte, borrando así el último rastro de su existencia. Las olas rugen y los granitos de arena se recolocan con la brisa. Otro más, parecen querer decir.
No los ha visto y por eso se zambulle relajado, entregado a la inmensidad del mar y dejándose llevar por el vaivén de las olas que le provocan un concierto a dúo en sus orejas, ya el viento y el oleaje, ya la profundidad con su sonido hueco y atrayente. Un motor a lo lejos y poco más altera el bloque sonoro acuático. Gira su cuerpo y se introduce perpendicularmente y con fuerza hacia el fondo. Al llegar, hunde las manos en la arena en busca de nada, sólo de la sensación de penetrar el suelo. Abre los ojos, ve borroso. Escuece, sin embargo continúa mirando al infinito. Justo cuando está a punto de acabarse el aire de sus pulmones, se da cuenta de que están ahí. Pero es demasiado tarde. Coge impulso en balde, la huída es imposible. Los gritos en el agua se pierden, mojados y opacos.
Mientras, la última burbuja de aire que expele escala hasta el nivel de la superficie para estallar en un ¡plop! Sordo. Una ráfaga de viento eleva su toalla y se la lleva a ninguna parte, borrando así el último rastro de su existencia. Las olas rugen y los granitos de arena se recolocan con la brisa. Otro más, parecen querer decir.
6 comentarios:
no he tenido tiempo para leer tu post, estoy en mi trabajo (snif)...los comentarios a ello mañana sabado que los jefes llegan tarde.
Me alegra que estes de vuelta.
un enorme abrazo (virtual, que mas?!)
Cada vez que vaya a Son Saura dejaré mi toalla anclada con piedras y un letrero que diga..."estoy en el agua, si no salgo llama a la poli"...
Imagino que los jefes llegaron pronto, Oliveria...
Tia, aún no he ido a Son Saura, pero sé que me queda cerca (relativamente). En lugar de la poli, mejor la funeraria...
¡Vaya! Parece que se me han vuelto a escapar los hongos de los pies y ya estan haciendo de las suyas... lo siento por su amigo, querido Joan, intentare vigilarlos mejor la próxima vez.
Aquí la de secano soñando con la mar y vas tu y te pones fúnebre... En todo caso, por unos instante viví la sensación y no era del todo mala.
¡A trabajar! (yo... digo...)
Más besos
Querido Mon, ¿conoce usted ese artilugio llamado bañera? Por Diorrrrr...
Nunca te alejes del mar, Tha.
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