El matasanos cogió escalpelo, pico y pala y sintonizó Radiolé. Para empezar, me puso los riñones en el lugar de los pulmones. Perdí mucha capacidad respiratoria y me olía el aliento a orín guardado, de esos de baño bar rancio, pero lo solucioné con enjuagues periódicos de Pato WC. Me producían cierta apariencia rabiosa al salir a borbotones la espuma por las comisuras de mis labios y eso, unido al jadear constante, parece que asustaba a la gente. La disyuntiva no me dejaba opción: o halitosis urinaria o babilla jabonosa con olor a pino.
A este señor le dejaron mejor
Los pulmones pasaron a ocupar el sitio de mis genitales. Así, cada erección se convertía en un sí pero no. En lugar de sangre, bombeaba aire con la misma frecuencia que al respirar y, entonces, el acto sexual se erigía en un espectáculo de hinchado/deshinchado digno de un circo. Un circo bastante triste e inservible. El clímax llegaba en forma de tos así que descarté la procreación al menos mientras durara ese cambio orgánico novedoso y atroz al mismo tiempo.
Las extremidades eran un drama aparte. Pasé a tener las manos donde antes moraban las orejas. Así las cosas, para mí ya no existía la magnitud de volumen fuerte o flojo, sino rugoso, suave, duro, blando, etc. Era un sonido táctil. El ridículo espantoso llegaba cuando quería aplaudir y me autohumillaba abofeteándome las mejillas. Misma sonoridad, pero dolor y rojez muy molesta. Por todos estos cambios, gracias doctor, y por olvidarme de comprar una barra de pan para cenar, mi pareja me abandonó cual perro viejo en una carretera secundaria.
Qué ojazos
¡Y no se crean! Lo peor está aún por ser narrado. A pesar del manirroto del matasanos, probablemente veterinario en algún otro país, más o menos pude adaptarme a esta nueva composición hasta que decidí salir un día de marcha. En mala hora, claro. El fracaso fue tal que ninguna mujer fue capaz de mirarme y es que en las cuencas de los ojos descansaban ahora mis dos testículos, escroto y pelos cual alambres incluidos. Esto me daba un perfil harto interesante al tener unas pestañas larguísimas (y también curvilíneas) que ya quisieran las busconas del star system jolibudiense. Aún así, todas las féminas con las que me crucé me tacharon de salido, no pudieron soportar la mirada cojonciana que las intentaba seducir. Si supieran dónde tengo el único ojo que me quedó después del accidente…