Tiempo ha se decía: Lo bueno, si breve, dos veces bueno y lo malo, si poco, menos malo. Hoy en día parece ser que nos hemos aferrado a la primera parte de la frase célebre gracianesca y además, reformándola a nuestro antojo, o si es pequeño, antojete. Si Balta estuviera vivo y no se lo hubieran comido los gusanos blancos de los subsuelos, su ocurrencia rezaría: Todo, o breve o nada. Así, sin más. Es que lo queremos todo antes de ya, el ansia nos corroe por dentro, como las oruguillas carroñeras de Balta. La brevedad se ha asentado en el quehacer diario de tal forma y con tanta rapidez que ha provocado que Marinetti se revuelva en su tumba frotándose lo poco que le queda de cebolleta al mismo tiempo que grita: "Ahora, ¿eh?, ahora". Un siglo después el pueblo toma el relevo marinettiano y nace el neofuturismo, elogio de la contracción, el apócope, el redondeo y la eyaculación precoz, que cambia su nombre a eyaz y, así, sirve como sustantivo y como onomatopeya.
Ahora ya nadie se informa, únicamente se leen los titulares y no todos. Incluso obviamos los verbos y demás paja. Obama reelección. Messi espectáculo. Rajoy candemor. También inventamos palabras al leer en diagonal y como cada uno interpreta lo que le apetece, aparecen expertos universales en todas las materias. Las discusiones se enconan por el desacuerdo extremo pero, émulas de un estornudo, duran poquísimo y se reducen a palabras sueltas. Lógicamente, todo termina siempre con sonoros insultos, como este reciente debate sobre el estado de la nación:
- Socialismo.
- Albedrío.
- Ladrón.
- Hideputa.
Así es el neofuturismo. Breve y sin concesiones. Es neofuturista, podría añadir. Y me gusta. Subo al coche y acelero a fondo, pero me quedo en primera, el motor rugiendo y humo por doquier. Zapeo sin cesar aguantando mis párpados inmóviles, naranjamecánicamente. Voy al trabajo y salgo enseguida, lanzo unos papeles al aire y desafío al jefe con una mirada despectiva y rauda. Ya no camino, corro. Obvio pronunciar palabras de más de cuatro sílabas y, sí puedo, las encabalgo formando contracciones endiabladas. La vida ahora es fugaz, extraña y caótica, pero fascinante e intensa.
No obstante, no he podido aplicar la brevedad neofuturista a la comida. Hay sitios en los que no puedo engullir o dar un solo mordisco (como buen futurista), hay platos que comería cada día, ingredientes desconocidos, viandas adictivas y líquidos fascinantes que me transportan a otros lugares que me impiden despacharlos con rapidez. Debo regodearme, parar el tiempo y examinar cada textura, olor y sabor. Por eso, al llegar la hora del comercio y el bebercio, chasqueo los dedos y la Tierra deja de girar. Agudizo mis sentidos y percibo cada paso de la trazabilidad del alimento. Así, una comida cualquiera se traduce en varios días de ingesta, con el consecuente aumento de peso.
Y al ser Jabba el Hut, he adoptado la lentitud y la parsimonia como bandera. Abandonado definitivamente el neofuturismo, ahora me hago llamar, el Caracol. Sin embargo, no es por mi nuevo talante más pausado, sino por la baba que segrego por el mero hecho de respirar. Es tanto el líquido, que he desarrollado branquias para respirar y visto calzoncillos de neopreno. Baba y pliegues grasientos se extienden por mi casa cual tsunami perezoso. Estoy causando una ola de devastación doméstica mezcla de asco y viscosidad ya que empiezo a rebosar por las ventanas y los vecinos se quejan porque les tapo el sol. Desde la calle mi madre me grita porque dice que debo de estar poniendo el suelo perdido de baba. Cada vez que le contesto, inundo una intersección inutilizando los coches. Ya se han instalado tres o cuatro tiendas de barcas en el barrio.
Mi metabolismo se ha adaptado también a esta nueva güey ov laif y parece que los años sí pasan en balde, es decir, no envejezco. Calculo que a esta velocidad (¿lentitud?) llegaré a los 180 años y ocuparé dos o tres manzanas, pesando unas 240 toneladas. De todas maneras, aunque haya muchas partes de mi cuerpo que habitan en casas ajenas, me siento solo. Toda la población sigue siendo neofuturista y han reducido sus modos de vida una constante vibración de las extremidades, la ausencia de sueño y unos ligeros y constantes gruñidos como forma de comunicación. Como la cosa siga así, me los voy a zampar.
Ahora ya nadie se informa, únicamente se leen los titulares y no todos. Incluso obviamos los verbos y demás paja. Obama reelección. Messi espectáculo. Rajoy candemor. También inventamos palabras al leer en diagonal y como cada uno interpreta lo que le apetece, aparecen expertos universales en todas las materias. Las discusiones se enconan por el desacuerdo extremo pero, émulas de un estornudo, duran poquísimo y se reducen a palabras sueltas. Lógicamente, todo termina siempre con sonoros insultos, como este reciente debate sobre el estado de la nación:
- Socialismo.
- Albedrío.
- Ladrón.
- Hideputa.
Así es el neofuturismo. Breve y sin concesiones. Es neofuturista, podría añadir. Y me gusta. Subo al coche y acelero a fondo, pero me quedo en primera, el motor rugiendo y humo por doquier. Zapeo sin cesar aguantando mis párpados inmóviles, naranjamecánicamente. Voy al trabajo y salgo enseguida, lanzo unos papeles al aire y desafío al jefe con una mirada despectiva y rauda. Ya no camino, corro. Obvio pronunciar palabras de más de cuatro sílabas y, sí puedo, las encabalgo formando contracciones endiabladas. La vida ahora es fugaz, extraña y caótica, pero fascinante e intensa.
No obstante, no he podido aplicar la brevedad neofuturista a la comida. Hay sitios en los que no puedo engullir o dar un solo mordisco (como buen futurista), hay platos que comería cada día, ingredientes desconocidos, viandas adictivas y líquidos fascinantes que me transportan a otros lugares que me impiden despacharlos con rapidez. Debo regodearme, parar el tiempo y examinar cada textura, olor y sabor. Por eso, al llegar la hora del comercio y el bebercio, chasqueo los dedos y la Tierra deja de girar. Agudizo mis sentidos y percibo cada paso de la trazabilidad del alimento. Así, una comida cualquiera se traduce en varios días de ingesta, con el consecuente aumento de peso.
Y al ser Jabba el Hut, he adoptado la lentitud y la parsimonia como bandera. Abandonado definitivamente el neofuturismo, ahora me hago llamar, el Caracol. Sin embargo, no es por mi nuevo talante más pausado, sino por la baba que segrego por el mero hecho de respirar. Es tanto el líquido, que he desarrollado branquias para respirar y visto calzoncillos de neopreno. Baba y pliegues grasientos se extienden por mi casa cual tsunami perezoso. Estoy causando una ola de devastación doméstica mezcla de asco y viscosidad ya que empiezo a rebosar por las ventanas y los vecinos se quejan porque les tapo el sol. Desde la calle mi madre me grita porque dice que debo de estar poniendo el suelo perdido de baba. Cada vez que le contesto, inundo una intersección inutilizando los coches. Ya se han instalado tres o cuatro tiendas de barcas en el barrio.
Mi metabolismo se ha adaptado también a esta nueva güey ov laif y parece que los años sí pasan en balde, es decir, no envejezco. Calculo que a esta velocidad (¿lentitud?) llegaré a los 180 años y ocuparé dos o tres manzanas, pesando unas 240 toneladas. De todas maneras, aunque haya muchas partes de mi cuerpo que habitan en casas ajenas, me siento solo. Toda la población sigue siendo neofuturista y han reducido sus modos de vida una constante vibración de las extremidades, la ausencia de sueño y unos ligeros y constantes gruñidos como forma de comunicación. Como la cosa siga así, me los voy a zampar.
7 comentarios:
http://www.elcuerpo.es/baba-de-caracol-verdad-o-mentira-item27.php
vull es meu tant per cent dels beneficis, un 50% me basta.
Fet.
Dit i fet: La teletienda sólo habla de ti
Muy bueno. No dejes de visitarme:
http://proximacentauri2012.blogspot.com/
Guau, que hambre al ver el plato de fabada y eso que son las 10 de la mañana.
Me tendré que conformar con chocolate que nunca viene mal
Saludos
Que hambre me ha entrado
¿Cuándo volverá a escribir? Se le echa de menos...
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