Dicen que cuando te sometes a una operación de cambio de sexo el post operatorio no es tan crítico como el proceso psicológico al que te ves sometida. Mienten. El anestésico casero que me inyecté vaso de tubo mediante, me permitió realizar incisiones sin dolor alguno pero también sin precisión y, por eso, el post operatorio, se está tornando en tremenda resaca del infierno. En la etiqueta del frasco no podía nada de efectos secundarios, sólo leí Green Garden 40% Vol., un anestésico de calidad escocesa comprobada. Así, fruto de la carencia de ayudante, del precario equilibrio y pulso trémulo inducidos por la seudoanestesia y a fuer de confundir el hilo de coser con los auriculares del Ipod, el resultado no ha alcanzado las cotas de excelencia que estas operaciones requieren. Por suerte, mi altísima pericia en estas lides y el hecho de haber aprobado el MIR varias veces, rebajan la catástrofe a un mero nivel de horror nauseabundo.
Observo mi silueta en el espejo y me sorprende el nuevo cuerpo ideal que acabo de crear. Hay ángulos rectos en lugar de curvas, aparecen extremidades en lugares insospechados y mis medidas son de escándalo, 340 – 20 – 130 – 250. Sí, el último dígito corresponde a los tobillos, una ligera hinchazón producto de acumular huesos, tendones y demás tejido sobrante en las extremidades inferiores por si acaso. Mis nuevos supersenos están formados por siete bolsas de magdalenas la Bella Easo. La cintura, émula de avispa, está conformada por un vaso batidor y varias almohadas intradérmicas me equiparan al jamonismo jovial de Beyoncé, claro exponente de la famosa teoría "Las negras en los videoclips. Origen y desarrollo y su influencia en la posmodernidad adolescente".
Mi primera acción como mujer, luego de una prolongada e interesante autoexploración, es construir una máquina del tiempo con un manojo de perejil, varias latas de la extinta Kas Manzana y un reloj de cuco. Omito deliberadamente un componente para evitar posibles plagios. Y os preguntaréis el porqué de este viaje por el continuo espacio-tiempo. Pues porque las mujeres somos personas con iniciativa y, antes de enfundarme en una nueva vida femenina, creo oportuno conocer los vericuetos de la trayectoria histórica de este género. Primera parada: la prehistoria.
Otro tipo de prehistoria
Rápidamente acciono el panel de control y me teletransporto hasta el siglo XVII. Allí, soy repudiada e incluso vilipendiada por la calle por carecer de grasa en exceso. Donde yo veo piel de naranja y morbidez, los contemporáneos de aquella época se funden en hogueras de lujuria. Curiosamente, los hombres también utilizan maquillaje y no poco. El corsé me aprieta tanto las estupendas tetas que huyo despavorida sin darme cuenta hacia qué fecha.
Aparezco en el año 34505. Las mujeres somos fuertes y tenemos nuez. Los hombres tienen la regla. Bueno, los dos que quedan. Un ataque de fertilidad femenina los convirtió en objeto de búsqueda, captura y fornicio. Unos murieron de ansiedad, otros por una pandemia de sífilis muy virulenta y, los más afortunados, de extenuación. Existe un Ministerio de Bolsos y Zapatos y se oye un murmullo constante, como si siempre hubiera miles de personas hablando. Definitivamente, ni cambios de sexo ni viajes temporales. Admito mi derrota y señalo la fecha de hoy en mi máquina del tiempo. Sólo han pasado 21 minutos desde el primer viaje.
Al volver al 2009, sabedor de mi talante escurridizo y poco combativo, decido regresar a mi figura original: el Onvre Joan -OJ si queréis- el yo único. Lleno de cicatrices y restos de carmín, pero yo, al fin y al cabo. Procedo a hacer acopio de anestesia Green Garden para desfacer el trueque de sexo, pero al verme otra vez en el espejo me doy cuenta que mis implantes farináceos con forma de seno han sido consumidos por hordas de gusanos y el moho campa en derredor. Sin pechos, recoloco los tejidos sitos en los tobillos y sólo ansío encontrar mi anterior sexo para reponer del todo mi género original. Cuando me lo extirpé, le di un uso de planta decorativa de interior. El problema es que el Green Garden aún me afecta la capacidad cognitiva y me reimplanto un aloe vera. Bien mirado, el cambio no es tan malo.
Ahora sólo espero vivir en paz y desaparecer en mi lúgubre morada. Que no es lúgubre, tengo sol por doquier, pero bueno, así añado un poco de énfasis al colofón. Mi única y postrera reflexión es que después de tantos cambios creo que ya sé cuál será el siguiente paso.
Observo mi silueta en el espejo y me sorprende el nuevo cuerpo ideal que acabo de crear. Hay ángulos rectos en lugar de curvas, aparecen extremidades en lugares insospechados y mis medidas son de escándalo, 340 – 20 – 130 – 250. Sí, el último dígito corresponde a los tobillos, una ligera hinchazón producto de acumular huesos, tendones y demás tejido sobrante en las extremidades inferiores por si acaso. Mis nuevos supersenos están formados por siete bolsas de magdalenas la Bella Easo. La cintura, émula de avispa, está conformada por un vaso batidor y varias almohadas intradérmicas me equiparan al jamonismo jovial de Beyoncé, claro exponente de la famosa teoría "Las negras en los videoclips. Origen y desarrollo y su influencia en la posmodernidad adolescente".
Mi primera acción como mujer, luego de una prolongada e interesante autoexploración, es construir una máquina del tiempo con un manojo de perejil, varias latas de la extinta Kas Manzana y un reloj de cuco. Omito deliberadamente un componente para evitar posibles plagios. Y os preguntaréis el porqué de este viaje por el continuo espacio-tiempo. Pues porque las mujeres somos personas con iniciativa y, antes de enfundarme en una nueva vida femenina, creo oportuno conocer los vericuetos de la trayectoria histórica de este género. Primera parada: la prehistoria.
Nada más llegar, varios onvres peludos y fornidos me arrastran por el pelo hacia una gruta , armarios empotrados, todo interior, suelo de gres para mancillar mi honor aún intacto. Observo negando con la cabeza y diciendo ts ts ts que la liberación de la mujer aún no ha cuajado y que las condiciones higiénicas de la cueva –no hay bidé- no me satisfacen.
Otro tipo de prehistoria
Rápidamente acciono el panel de control y me teletransporto hasta el siglo XVII. Allí, soy repudiada e incluso vilipendiada por la calle por carecer de grasa en exceso. Donde yo veo piel de naranja y morbidez, los contemporáneos de aquella época se funden en hogueras de lujuria. Curiosamente, los hombres también utilizan maquillaje y no poco. El corsé me aprieta tanto las estupendas tetas que huyo despavorida sin darme cuenta hacia qué fecha.
Aparezco en el año 34505. Las mujeres somos fuertes y tenemos nuez. Los hombres tienen la regla. Bueno, los dos que quedan. Un ataque de fertilidad femenina los convirtió en objeto de búsqueda, captura y fornicio. Unos murieron de ansiedad, otros por una pandemia de sífilis muy virulenta y, los más afortunados, de extenuación. Existe un Ministerio de Bolsos y Zapatos y se oye un murmullo constante, como si siempre hubiera miles de personas hablando. Definitivamente, ni cambios de sexo ni viajes temporales. Admito mi derrota y señalo la fecha de hoy en mi máquina del tiempo. Sólo han pasado 21 minutos desde el primer viaje.
Al volver al 2009, sabedor de mi talante escurridizo y poco combativo, decido regresar a mi figura original: el Onvre Joan -OJ si queréis- el yo único. Lleno de cicatrices y restos de carmín, pero yo, al fin y al cabo. Procedo a hacer acopio de anestesia Green Garden para desfacer el trueque de sexo, pero al verme otra vez en el espejo me doy cuenta que mis implantes farináceos con forma de seno han sido consumidos por hordas de gusanos y el moho campa en derredor. Sin pechos, recoloco los tejidos sitos en los tobillos y sólo ansío encontrar mi anterior sexo para reponer del todo mi género original. Cuando me lo extirpé, le di un uso de planta decorativa de interior. El problema es que el Green Garden aún me afecta la capacidad cognitiva y me reimplanto un aloe vera. Bien mirado, el cambio no es tan malo.
Ahora sólo espero vivir en paz y desaparecer en mi lúgubre morada. Que no es lúgubre, tengo sol por doquier, pero bueno, así añado un poco de énfasis al colofón. Mi única y postrera reflexión es que después de tantos cambios creo que ya sé cuál será el siguiente paso.