20 de junio de 2008

Sant Joan 2008

Vuelvo la semana que viene. Estaré en...




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12 de junio de 2008

La escasez

Acabo de llegar del supermercado. He salido de allí con vida gracias a un perro. Cuando centenares de consumidores me perseguían por tener en mi poder una red tubular con tres lujosas cebollas, un can sarnoso, cojo y con problemas pulmonares ha cruzado la calle. En mala hora para el cánido. Acto seguido las hordas de saqueadores de supermercados se han abalanzado sobre él destripándolo y engullendo sus vísceras aún calientes para luego regurgitarlas a las proles respectivas.

Epitican! No me comairl, cobarderrr!!

Por suerte, he podido pasar desapercibido y adquirir el cilindro cebollil, único y valiosísimo producto que he encontrado en el supermercado. Cebollas y un eco tremendo. Eso sí, me ha costado cuarenta mil euros. Mis ahorros, los de mi pareja y cien euros que le he sisado a un señor que se encontraba en plena vorágine devoradora de animal doméstico. Ávida de comida, la muchedumbre vaga cual zombis después del paro de transportistas. Dos días ha, se terminó el pan Bimbo. Un día ha, acabóse el chóped. Los cuatro jinetes ya cabalgan.

Sigo entonces, desde el comienzo de la huelga –de ahora en adelante, el Día 0- alimentándome a base de cebolla cruda y bocatas de gravilla. Y digo bocatas con poca convicción, porqué, al haber escasez de pan, se componen únicamente de guijarrillos. Encima, crudos. A veces, la combino con hojas secas –las verdes las acopió el avieso vecino del 3º B- o con un poco de tierra mojada, así entra mejor y no repite tanto.

Un día, pude rescatar un fósil de baguette de la bolsa del pan, pero estaba tan duro que, al caer al suelo, destruyó baldosa, cemento y ladrillo al unísono y siguió con su manía excavatoria hasta el centro de la tierra. Es por eso que ahora gozo de un bonito reclamo turístico en mi pasillo en forma de surtidor de lava. Cobro la entrada a tres euros, niños acompañados euro y medio, pero no me llega para compensar los destrozos del incandescente material. Da lumbre, me permite innovar con las sombras chinas y le proporciona a la casa un cierto tono hogareño, pero no es comestible.

La cebolla, procuro comérmela a lametones, así me dura más. La pena es que el ácido y los vapores que emana el bulbo me han dejado con lengua de gato y casi ciego. Por eso, a veces me encuentro lamiéndome las rodillas y, de ahí, mi natural querencia por el cojeo y el dolor articular cuando aumenta la humedad. Las lenguas de gato son más corrosivas que el Cillit Bang, líquido de cuyo hervor prolongado nace el J&B, también asociado a la ceguera, pero no visual.

Cebolla, whisky, Cillit, todo un enigma.

Miro por la ventana y observo como, desde el Día 0, la gente ha empezado ya a perder las costumbres sociales más básicas. Ya no hablan, sólo gruñen. No caminan erguidos, van a cuatro patas y algunos incluso se arrastran –si es que no lo hacían antes-. Se pueden ver grupos fornicando y despiojándose al alimón y la higiene ha dejado de ser algo necesario ya que el jabón de ducha fue de los primeros nuevoalimentos –así los llamaron- que se terminaron. Yo me guardé dos sobres de muestra de suavizante: uno para consumir como delicattessen y el otro para revenderlo. Con lo que saque, quizá me pueda comprar medio paquete de folios para pasar lo que queda del mes y variar un poco de dieta, que me falta fibra.

Viva el acopio.

2 de junio de 2008

Sin comentarios

Bueno, uno: BRUTAL.



Las fotos están hechas con el móvil, es lo que hay.