15 de julio de 2009

La memoria

Pasa que cuando uno se olvida de cumpleaños ajenos, dependiendo de la relación con el homenajeado, el bochorno puede pasar del grado superlativo a una nimiedad que ni siquiera nos haga arquear una ceja. Suelo olvidar con bastante facilidad todo tipo de cumpleaños y también gran cantidad de datos que parecen ser claves en el mundo social. Nombres, edades, profesiones de los padres (¿¿??), procedencias y demás estadísticas no son retenidas por mi memoria, hecho que no suele importarme demasiado. Sin embargo, el vulgo abre ojos y pone boca en forma de O al comprobar mi ignorancia. ¿Servirán de algo esos datos?

Incluso voy más allá, pongo y quito años sin reparos, asigno nombres compuestos a quien no los tiene y emparejo hombres y mujeres a discreción. También tengo el don de creer conocer gente con la que jamás he tenido relación. Así, al ver al supuesto conocido y caminar directo hacia él, siempre me asalta la duda. ¿Lo conozco? ¿Es él o no es él? Un metro antes del encuentro fatal, ante la cara de estupor del desconocido, reacciono, bajo la mirada y sigo mi camino asocial perenne.

Uno de los casos más flagrantes es el del cumpleaños de mi hermana. Jamás sabré cuando es. A lo sumo, diré que es en verano, y gracias. Pero eso no me provoca vergüenza alguna. Sería peor no saber su nombre, o no reconocerla por la calle.

En verano, mi ya de por sí depauperado sistema nervioso central funciona a tercios, no llega ni al 50% de su supuesta capacidad. Yo creo que tengo una esponja de baño dentro de la cabeza. Basta con observar el ritmo de publicación del blog: diario, excelente, con la página colapsada por las visitas. Mi inactividad es tal, que a veces ni me acuerdo de la dirección. O de cómo se navega. ¿Abro el güord o el fairfocs? Olvido tanto que se me hacen extrañas las teclas occidentales. Esos caracteres que conforman las palabras aparecen como dibujos inexplicables, quizá en cirílico aumentaría mi fluidez, o en sánscrito. Quién sabe. Cuando ya he conseguido abrir un navegador y observar mi página de inicio, ha pasado tanto rato, que incluso he perdido la noción del tiempo. No sé si han pasado tres minutos o tres años. Tres años como los que cumplió este blog el pasado 4 de julio. Efémeride cuya celebración olvidé. Como todo lo demás.

Tantos como años de blog

Ahora debo luchar para acordarme cómo se hacía lo de publicar posts más a menudo. Llamaría a mi hermana para que me lo explicara, pero no me acuerdo de cómo se llama.

Aniversario I
Aniversario II

PS: Por cierto, mi primer post es el que aún condiciona la cantidad de visitas que tengo. Un mensaje para todos los que buscáis INCESTO TV en gúguel y me hacéis visitas de 1 segundo: no hace falta irse a internet para ver incesto, lo tenéis en vuestras propias casas. Gracias.

6 de julio de 2009

2 de julio de 2009

Funcionar


Ser novel en la conducción te hace descubrir nuevas facetas de la personalidad, tales cómo el instinto asesino mientras-te-muerdes-la-lengua o la pérdida de respeto ante cualquier manifestación de la ley, código de circulación y líneas continuas. También descubres cómo vehículos con edades superiores a los diez años te llevan, pero sólo funcionan a medias. Es como si su edad se pudiera equiparar a la de los perros, cada año equivaldría a siete. En mi caso particular voy a tener que llevar mi Renó Carraca a vivir a una granja y autoengañarme para evitar las lágrimas. Uno de los peores dolores de cabeza que sufro reside en la segunda marcha. Yo creo que se ha declarado en rebeldía y se niega a entrar, como diciendo “A mí me dejas en paz, pon tercera, hombre”. Cada vez que arrastro la palanca hacia abajo simulando el movimiento escaleril encuentro resistencias, ruidos –yo diría que incluso he oído voces- y todo tipo de estridencias. La segunda está en huelga. Al menos no hay piquetes en las demás marchas.

Así, cada vez que pongo segunda, me acuerdo de lo que teóricamente debería funcionar pero jamás lo hace o, si funciona, ocurre aleatoriamente y siempre en perjuicio propio. Precisamente, un claro ejemplo de tal disfunción es la reproducción random, shuffle o aleatoria de emepetreses, cedeses y similares aparatejos. ¿Quién inventó semejante mentira? ¿Hay alguien aún riéndose desde el otro lado de la patente? Si lo tuviera delante no dudéis que le arrojaría el guante a la cara en claro reto atávico. Cargo quinientas canciones. Activo reproducción aleatoria. Sorpresa. La misma canción cuatro veces en un intervalo de veinte minutos. Nos quieren volver locos. ¿Quiénes? Ellos.

Sólo reproduce en modo shuffle, para morirse


Otro ejemplo de disfunción es la cadena del váter. Me siento en la taza –curiosa analogía ¿alguien ha bebido en una taza de tamaño igual o superior a un váter? O ¿alguien ha defecado en una taza de café?- y excreto mis deposiciones –finamente, que cago, vamos- y cuando llega el momento del diluvio universal para las heces, el botón llega hasta el fondo emitiendo un click de intensidad menor al sonido del cambio de marchas pero con un deje similar, como diciendo “¿Es a mí?”. Otra vez la rebeldía. Entonces -jamás hagan esto en casa- abro la parte superior de la cisterna. En mala hora. Aún lloro al recordar semejante dispositivo de ejes, contrapesos, tuercas y demás objetos irreconocibles.

Da Vinci, cabrón


El mundo se te cae encima, quedáis advertidos. No existe mecanismo similar en el mundo de tal complejidad. Yo diría que si no es obra de Leonardo Da Vinci y sus intrincados dibujitos marronáceos, ha de ser un diseño inteligente del espacio exterior. Es el momento de sacar a la luz mis conocimientos avanzados de fontanería: mirar por encima, tirar y/o empujar el primer objeto que aparente solidez y, finalmente, dar un par de golpes en el lateral de la cisterna alternándolo con un ts ts ts de desaprobación.

Por último, el maligno nos envía señales a través de las copias de las llaves. ¿Alguna ha funcionado a la primera? Se conoce algún caso, pero no se ha podido comprobar jamás, sólo eran rumores. Entrar en la cerradura, entran, pero a la hora de girar… nada de nada. Bueno, nada, no, un sibilino click click émulo de las quejas anteriores, como diciendo “No abro. Que no, que no abro”. He llegado a creer que es una conspiración de las ferreterías, sin embargo, tal teoría se viene abajo ya que, al llevar a repasar las llaves, no te cobran nada. ¿Cuál es el sentido entonces? ¿Hacernos perder tiempo? ¿Provocar nuestra ira para crear un sentir general de odio y resquemor hacia las cerraduras en general?

Aparcar, llegar a casa, poner música e ir al baño es un suplicio. Optaré por ejercer de peatón, vivir debajo de un puente, obviaré el emepetrés y lo de la retención intestinal ya veremos, que el campo es muy grande.